24/4/24

"Correspondencias" (Rita Azevedo Gomes) Tocinillo de cine (69)

Mi vida tenía ahora la forma de la plazuela, el otoño en que tu muerte se organizaba meticulosamente. Me agarraba a la plaza porque amabas la humilde humanidad de las tiendas pequeñas en que los tenderos doblan y desdoblan paños y telas. Intentaba convertirme en ti porque te ibas a morir, y toda la vida dejaría así de ser mía. Intentaba sonreírles como lo hacías tú al quiosquero, al estanquero y a la mujer sin piernas que vendía violetas. Pedía a la mujer sin piernas que rezara por ti. Encendía velas en todos los altares de las iglesias de la esquina de la plaza, pues en cuanto abrí los ojos y vi, leí la vocación de eternidad escrita en tu rostro. Convocaba las calles, lugares y personas que habían sido testigos de tu rostro para que te llamasen y descosiesen la tela que la muerte tejía sobre ti.

Lisboa, 31 de diciembre de 1967.
Querido Jorge:
Disculpa mi silencio, pero el año que termina ha sido para mí terriblemente duro. Mi hermano Joâo, el arquitecto, murió súbitamente de un infarto el día 25 de junio. Tenía 46 años.
En agosto, en el Algarve, intenté recuperar el equilibrio y la calma. Pero a mediados de septiembre tuve que ir a Oporto, donde habían operado a mi madre de un tumor maligno. Durante dos meses estuve en Oporto, intentando conectar a mi madre a la vida y engañándome a mí misma absurdamente. Fueron días extraordinarios y maravillosos, en un otoño extraordinariamente cálido y luminoso. Pero hacia el 10 de noviembre, mi madre empeoró de repente y murió el día 17. Se murió con una especie de serenidad deslumbrada, y tras la extrema unción me dijo: 'Estoy contenta'. Pero aun así creo que tenía una discreta esperanza de vivir. Al revés de lo que pasa con esta enfermedad, parecía más joven y liberada del peso y la confusión de los años.
Mi madre, para mí, estaba ligada a la raíz de las cosas esenciales. Es una de las raras personas que aparecen en mis tres primeros libros, donde casi solo hay árboles y playas. Solo el tiempo me ayudará a explicarme esta separación.
Francisco y yo pensamos muchas veces en vosotros. ¿Cuándo nos veremos? Tengo ganas de verte llegar a comer.

938, Rowley Avenue, Madison. 9 de enero de 1968.
Querida Sophia:
Aprovechando una pausa en este trabajo brutal, iba a intentar escribiros otra vez, en esta confusión de cartas perdidas que es nuestra correspondencia. Cuando llegó tu carta del pasado 31 de diciembre, vino a sumarse a mi sentimiento depresivo hacia la vida y el mundo la noticia de las pérdidas que has sufrido. Tanto Mécia como yo lo sentimos mucho, y te mandamos nuestro más sentido pésame. La repentina muerte de tu hermano me afectó especialmente. La de tu madre, como dices, fue a pesar de todo algo diferente, si es que la muerte puede alguna vez ser diferente de sí misma.
La impresión que tengo cada vez más es que, a partir de un momento de la vida, empezamos a vivir como Rilke decía que se sentían los ángeles: sin saber si estamos entre vivos o entre muertos. Porque la gente desaparece, se transforma en memoria y nosotros vamos quedándonos en una irrealidad cada vez más extraña en la que la mayoría de los vivos no forman parte de nuestro mundo. Lo atraviesan como espectros secundarios, mientras que el espacio vacío se llena de espectros auténticos, que son precisamente los que han dejado de existir.
Vuestros hijos deben de estar ya muy crecidos... Los mayores nuestros son a veces demasiado americanos para mi gusto, que no es el del emigrante exitoso. Esto es lo que me duele de los países americanos que he conocido, países de inmigración: la presión para que el gusto se reduzca a un denominador común es enorme. Una tristeza del vacío. Estoy harto de las Américas. Pero es en ellas donde debo vivir y moriré, una ironía en mi vida: un sujeto irremediablemente europeo como yo, vuelto americano por el destino y que sigue siendo un escritor portugués, ¿no es cómico?
Iba a escribiros para deciros que la Universidad de Wisconsin me ha concedido un semestre sabático pagado en Europa. Esto significa que por fin iré a Europa tras nueve años de ausencia. Y espero pasar contigo y con Francisco los mejores momentos de mi estancia ahí.


14 de abril de 1978. Hoy he estado en Arezzo y en Siena. Tengo una especie de hambre de Roma. Roma es dorada y rosada y roja. Aquí hablamos de ti con tus amigos. De mi vida no sé qué decir, pues no sé lo que quiero. Y quizá no sea el momento de querer ya nada. En parte por distracción dejé pasar mi juventud. Pensé que pasarían los problemas, y no el tiempo.
Manda noticias.
Para ti y para Mécia, un beso de todo corazón.
Sophia.
Qué pena que estés tan lejos y nuestras vidas no coincidan.
Sophia de Mello Breyner Andresen y Jorge de Sena son dos de los escritores portugueses más importantes del siglo XX. El exilio de Jorge, perseguido por el salazarismo, se inicia en Brasil en 1959 y continúa en los Estados Unidos, en donde fallece en 1978. Nunca regresó a Portugal. Estas cartas, puestas en escena de manera ejemplar por Rita Azevedo Gomes, unen en la distancia a Jorge y Sophia, alimentando una complicidad afectiva e intelectual que mantendrán hasta el fin de sus vidas. Su correspondencia y sus poemas atraviesan cuerpos, idiomas, países e imágenes en un film ensayo en donde historia, política, pasado y futuro se entremezclan con libertad y absoluta maestría cinematográfica. Un inagotable tapiz de imágenes y sonidos: grabaciones, rollos de súper 8, cuadros, fragmentos de películas, puestas en escena, imágenes ensoñadoras, comentarios políticos sobre la dictadura y hasta famosos cinéfilos leyendo a cámara (como Eva Truffaut, Pierre León y Edgardo Cozarinsky), en una de esas (pocas) películas en las que cada visionado promete descubrir algo nuevo. (Filmin)

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