4/1/08
Maxwell Jones firmaba discos con determinación autómata. Su imagen, cuyo rasgo más representativo era el pelo cardado y teñido a lo señorona de “Dinastía” versión porno, seguía siendo la misma que diez años atrás cuando su grupo triunfaba a escala mundial, sumando a esa estampa trasnochada algunas arrugas que hacían el papel de cruel espejo de la vida forajida que había llevado en todas sus giras a lo largo de los años.
Cuando aquel adolescente con acné, el único que quedaba ya en la fila, le dijo que era su hijo, palideció primero y se rió nerviosamente después. El chaval, ofendido por su reacción y con claros síntomas de odio acumulado durante largo tiempo, sacó una pequeña pistola que parecía de juguete y le disparó en la boca del estómago, antes de salir huyendo a toda velocidad por una puerta lateral del centro comercial.
A partir de la trágica desaparición de Maxwell, y como suele ocurrir con cualquier muerte de famoso (o ex famoso, o simplemente famosillo), todos sus discos, auténticos estandartes en el arte de acumular polvo en las estanterías de las tiendas, se vendieron como churros, y su hijo reconocido post-mortem, Maxwell Jones Jr. –al que nunca pudieron reconocer ni las cámaras de seguridad ni ningún testigo el día de autos- heredó todos sus derechos de autor y la renacida fortuna de su padre. x F. Andén
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