17/2/08
Cuentan que el sol, amén de otras saludables virtudes, ayuda a sintetizar la vitamina D, matiza depresiones incipientes y limpia impurezas cutáneas. Si además aderezas todo ello con las positivas implicaciones estéticas que supone el bronceado que te proporciona y lo que significa para alguien que ha sufrido un síndrome de Peter Pan, no bien curado del todo, el seguir los dictados de la letra de una canción devenida himno (….“turn our golden faces into the sun”….) ….. pues eso. Así que aquel día, y como solía hacer en las poco frecuentes ocasiones en las que durante el largo invierno boreal el mencionado astro rey tenía a bien presentarse, decidí retrasar un poco mi vuelta a casa dispuesto a beneficiarme de tanto parabién poniéndome un rato – sin connotaciones- cara al sol.
Había gente en el parque y ningún banco libre, si bien pronto me fijé en un solitario abuelete que me llamó la atención. Conforme me iba acercando a él con la intención de sentarme a su lado, poco a poco y a la vez que comenzaba a asomar una socarrona sonrisa en mi boca, me daba cuenta de lo mucho que me recordaba a mí mismo el hombrecico: tomaba el sol sin disimulo, con los ojos cerrados, el rostro apuntando hacia el cielo con expresión displicente y los brazos abiertos apoyados en el
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- En ese caso te irá a bien a ti también. Te veo en cuarenta años.
Mientras lo veía alejarse, con paso lento pero todavía digno, Antonio Vega terminaba su canción. “Quizá –me dije, petrificado, perplejo, más fuera que dentro de este mundo- he abusado de esta canción y sea hora de reemplazarla”.
Todavía hoy, cada día soleado, continúo acudiendo –desesperado- hasta ese banco en el parque sin saber exactamente si voy buscando un vetusto personaje o un complicado espejo en el que encontrar respuestas imposibles. x Atreyu
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