Lisboa Encuentros (20)

20/8/08



El elevador da Bica fue uno de esos lugares que a ambos se les quedó grabado como uno de los más emblemáticos de todo su tiempo juntos. Aquel viaje a Lisboa quizá fue el punto más alto, más sublime de toda su relación, y en concreto aquel momento bañado por el sol de otoño, tras una copiosa comida con abundante vino portugués circulando por sus venas, les ascendió a uno de esos escasos momentos de exaltación plena del espíritu que todos perseguimos siempre y que sólo vivimos en contadas ocasiones a lo largo del tiempo. Pero en esta ocasión, ellos fueron conscientes no a posteriori, como es habitual, si no en el mismo momento en que lo estaban viviendo. Se exprimieron a miradas, se ahogaron en besos. Y por eso, por esa consciencia de estar viviendo un momento irrepetible, único, decidieron y se prometieron que, pasara lo que pasara, aunque alguno de ellos muriera o algo peor, nunca volverían a este lugar con otra persona. Siempre sería un recuerdo exclusivo de los dos, una imagen y una exultante sensación mental eternamente asociadas al recuerdo de la felicidad máxima vivida en un desgastado vagón amarillo lisboeta.

Dos años después, sin embargo, ambos sucumbieron a la tentación de volver a intentar saborear la magia que habían vivido en esa ciudad, pensando y convenciéndose de que con otra persona podrían capturarla de nuevo, de otra manera pero con la misma intensidad. Pero lo que nunca habían podido llegar a imaginar es que tras los arduos, largos y dolorosos esfuerzos por olvidarse, ambos iban a encontrarse el mismo día y a la misma hora en aquel elevador, los dos acompañados por personas desconocidas para el otro. Se quedaron uno en cada extremo del tranvía, mudos, mirándose, con la sensación de que ya nunca volverían a experimentar aquella sensación vivida dos años antes bañada en el sol de otoño de Lisboa.
x A. Hurtado

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