Blanco helado Encuentros (38)

23/3/10

Soportaba muy bien desde niño el dolor físico: heridas, operaciones, inyecciones. Pero aquel dolor, nuevo, ilocalizable, le desconcertaba. Desde que, a causa de su perenne tendencia a la melancolía, le diagnosticaran un trastorno distímico y Lila le abandonara, -sin él esperarlo previamente de forma alguna-, una opresión en el pecho le dificultaba la respiración. El habla. Algún día, hasta caminar. Tras un tiempo sin recuperarse decidió que su única cura pasaba por huir de allí. De su cama, de su casa, de sus calles. Eligió el lugar más recóndito y desolado que imaginó en su trastocada mente: Islandia.

Nada más llegar, alquiló un vehículo antiguo y empezó a conducir. En cada cruce de caminos eligió el que parecía menos transitado. Condujo, condujo hasta que llegó a unos caminos en los que la nieve acumulada apenas le permitía avanzar. En un momento dado, el vetusto vehículo dijo basta. El humo que salía del motor fue la señal que estaba buscando y se puso a andar como si al final del camino el mundo fuera a dar la vuelta y su vida se encaminara a comenzar de cero otra vez. Cuando no pudo más, se derrumbó en medio de un impresionante paraje nevado completamente desierto. Sin horizonte por ningún lado, cerró los ojos, con las pestañas teñidas de blanco helado. Pensó en Lila, justo antes de perder la consciencia. x Gabi Lombardo / Foto: Nicholas Hance McElroy

1 comentario

Eva ha dicho...

Relato y foto, esto me suena y me gusta.