Ultramarinos de Woody Allen

14/11/13

“De lo que se trata es del placer que tú logras haciendo la película”.  
Woody Allen

Contaba José Luis Borau que durante un tiempo él se dedicaba exclusivamente a leer y ver películas. No hacía otra cosa. Era como su alimento. Era el Alimento, el verdaderamente importante. Los cineastas producen ese tipo de Alimento y cada uno lo hace a su manera. Están los que hacen preparados que no alimentan nada, chucherías, y luego están los grandes cocineros, lo que preparan artefactos con sumo cariño, dedicación, con ingredientes que Alimentan al que se siente un analfabeto, al que quiere desasnarse, lo hacen con el mismo cariño que aquella cocinera de “El festín de Babette”.

Hace veinte años, en su crítica de “Maridos y mujeres”, Manolo Marinero escribía que Woody Allen es como una tienda de ultramarinos, con una clientela fija, que acude fielmente a ver sus películas. Saben que van a encontrar una confitura deliciosa, o a lo menos, que les alimentará un poco hasta que puedan volver a la tienda de ultramarinos cinematográficos del neoyorquino. Esa tienda que todavía existe frente a los centros comerciales de comidas rápidas y otras porquerías.

Woody Allen decía hace unos diez años que el gran problema del actual cine norteamericano es “que el único objetivo de casi todas las películas consiste en ganar dinero, cuanto más mejor, y sin ningún tipo de escrúpulos”. El ingrediente de esas películas es casi siempre el mismo y el único. En los ultramarinos de Woody encontramos otras cosas, encontramos a Sidney Bechet o a Harry James, encontramos toneladas de standards, a Hemingway reencarnado, a Zelig, encontramos a los Marx, las grandes carcajadas, la risa, la sonrisa. Encontramos la tragedia, el absurdo, el asesinato, la podredumbre humana. Encontramos la marca de antiguos cineastas desaparecidos, como Bergman o Fellini, como Kubrick o Fellini, como Buñuel. Encontramos la realidad, y los sueños, el drama y la comedia, a veces mezclados, como en “La rosa púrpura del Cairo”, “Melinda y Melinda” o la mágica “Midnight in Paris”. Encontramos a veces al propio Woody Allen, cada vez más mayor, resistiéndose a dejar de preparar sus ultramarinos. Encontramos sus gafas, su humanidad, su talento, su trabajo, buscando crear su mejor producto, su mejor Alimento, la receta mágica que le equipare a los grandes cineastas de la historia. El dice que no lo ha conseguido, que cuandó conoció y cenó con Bergman se sentía como un pintor de brocha gorda al lado de Picasso, pero algunos pensamos que sí lo ha logrado, que ya es uno de ellos, que Renoir o Chaplin, Welles o Kurosawa le estarán aplaudiendo, que le consideran uno de los suyos, uno de los Gigantes.

Todo eso le ha llevado una Vida: “Mi madre me enseñó un valor: la disciplina rígida. Mi padre no ganaba lo suficiente y mi madre cuidaba del dinero y de la familia, y no tenía tiempo para banalidades. Ella siempre veía el vaso muy poco lleno. Me enseñó a trabajar y a no malgastar el tiempo”.

Mañana viernes, 15 de noviembre, se estrena la nueva película de Woody Allen, “Blue Jasmine”. x Sergio Casado

1 comentario

Anónimo ha dicho...

Amén