"Vuelos separados" (Andre Dubus) Subrayadas (145)

2/2/23

Y, sin embargo, a veces, cuando estaba solo y lejos de casa, porque para que esto ocurriera tenía que estar lejos de casa, conduciendo acaso bajo el sol entre el verdor de los árboles y las praderas, oía una canción de otra época y me entraban ganas de llorar (pero no lloraba) pensando en los tiempos en que la quería todos los días y llegaba a casa por la tarde feliz de volver a verla, tiempos en los que no tenía que pensar antes de decir las cosas.

Era posible que Edith deseara ser descubierta; uno no debe perder eso de vista cuando hace el amor con la mujer de otro.

Hay varios hombres a los que quiero y que me quieren, todos hombres casados y misógamos pasivos, y si no nos tuviéramos los unos a los otros para hablar, probablemente, cada cual a su manera, nos volveríamos locos. El nuestro, sin embargo, es un amor que nos avergüenza, y por eso demostramos nuestro afecto a la inversa: «¿Dónde te habías metido, hijodelagranputa? Mira el muy cabrón, no le pagaría una ronda ni a Dios padre».

Estoy preocupado. Uno cree que cuando tiene tiempo debería poder hacer cosas. Leer. Pensar, incluso. Alguna actividad noble. Pues no, todo el puto día haciendo recados. A veces me pregunto qué ocurriría si no tuviera que ganarme la vida.

«Hay dos clases de personas —dijo Hank. Las que son infelices y lo parecen y las que lo son pero no lo parecen.»

Ahora ella también tenía una vida al margen y, cuando regresaba a casa, ambos se sentaban en la cocina con sus secretos, que eran lo que los mantenía con vida, y volvían a bromear y a ser amigos. Era así de sencillo y lo único que se requería era que ambas partes renunciaran a los celos y se convencieran de que aquella amistad parental era lo mismo que ser amantes.

Dentro de poco me reiré. Estoy investigando en la filosofía de la risa. Se basa en la creencia de que, si te estás ahogando en la mierda, la única solución es flotar.

Como todas las esposas infieles, no sentía ninguna clase de remordimiento: creía que se merecía un amante. Y, sin embargo, no le hacía ningún bien. Su corazón estaba rodeado por una serie de rígidos círculos concéntricos de desengaño y amargura; como ella no podía atravesarlos, Peter tampoco pudo y, finalmente, rompieron, simulando que los motivos eran la aversión al engaño y el tiempo robado del adulterio.

Él, entretanto, sigue ahí sentado, con los fantasmas de un amor que fue: las aventuras adúlteras con esposas melancólicas de las cuales siempre creía enamorarse, hasta que indefectiblemente llegaba el día del adiós, por regla general después de que ambos corazones se hubieran dado la espalda o retornado a sus respectivos propietarios. Daba igual, todas y cada una de aquellas relaciones fueron una despedida desde el instante del primer saludo, en ellas la pasión se alimentaba de los armarios vacíos de las casas de los amantes.

—En realidad no la querías. Solo creías que la querías.
—Nunca he entendido cuál es la diferencia.
—Solo era un chaleco salvavidas.
—Basta un chaleco salvavidas cuando estás en medio del océano.

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