"Nada que decir" (Silvia Hidalgo) Subrayadas (168)

14/3/24

Quiso contarle que había pensado en su compañero de trabajo. En otro tiempo no tan atrás se sentían tan fuertes que les divertían las pasiones repentinas del otro, ramos de flores frescas en la casa, flores que se marchitaban bajo el roble robusto de su matrimonio. Pero maduraron, eso dijo él, ya habían madurado.

Ella se sentía un trombo que atoraba la conversación, normalmente la ayudaba el vino, pero no debía. Cuánto lo echaba de menos. Le gustaba beber, le encantaba sentirse fuera de sí, hablar dos tonos más alto, cómo el vino lo impregnaba todo de levedad, y los agujeros que creaba en su memoria. Ahora siempre estaba consciente de sí misma y le resultaba agotador.

Como no tenía derecho a estar enfadada, se refugió en el sentimiento que sí le estaba permitido, no solo eso, sino que le era innato, congénito a su especie, y se puso triste. La chica triste que viaja con la mirada perdida en el tren, agotada de no dormir, del atracón. Lo que quedaba de una mujer que había sido devorada primero y vomitada después de vuelta a su vida, a lo que ella no se atrevía a llamar vida. Esa clase de chica triste.

Ella no quería que dejara a su mujer ni que le enviara baladas de ningún cantautor. Ella lo que quería era poder ser infeliz junto a alguien, encontrar un compañero en este malestar, mostrarse las llagas sin pudor y lamerse por turnos. Pero a pesar de la promesa de su intuición, la nube negra no estaba a la altura de la tormenta.

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