"La tentación del fracaso" (Julio Ramón Ribeyro) Subrayadas (194)

28/5/25

"La tentación del fracaso. Diario personal 1950-1960" (Julio Ramón Ribeyro)

¿Porvenir? Tanto nos hemos burlado de esta palabra, que el solo pronunciarla me produce hilaridad. No tiene fuerza. Es hueca. ¡Porvenir! Me parece escuchar a Del Solar: “¡Porvenir! ¿Qué importa el porvenir? Burgués, esclavo del trabajo... Deja al porvenir que venga, que nosotros nos vamos”.

Gregorio Marañón me ha abierto los ojos a una realidad presentida: “Todo diario es un lento suicidio”. Soy muy cobarde para quitarme la vida. Por lo demás, mi “yo” es un motivo decepcionante de observación. El mundo es más atractivo. Debo volcarme en él.

No creo que mi felicidad resida en el estudio, ni en la formación interior, ni en la creación literaria. Para todo eso tendré tiempo más tarde. El amor y la juventud, en cambio, son fugaces, y debo asirlos desesperadamente antes de que se reduzcan a mera invocación.

Nada me produce una melancolía más penetrante que la revisión de mis cartas, fotografías y papeles íntimos. Constatar el paso del tiempo es siempre doloroso. Dentro de quince dias hará un año que conocí a C. De todo esto sólo quedan papeles y recuerdos, cosas a la postre inútiles. Me pregunto a veces por qué no nos está permitido hacer un alto para girar y penetrar en nuestro pasado.

Fuera de los términos medios perezco. La abundancia me resulta tan perniciosa como la necesidad. Repleta mi despensa, sepultado bajo paquetes de cigarrillos, con cientos de marcos en los bolsillos, me siento tan inquieto, tan desesperado y tan inútil como en las etapas de peor miseria.

Apoyándome en Montaigne, le decía que una de las condiciones de la amistad era la separación periódica de los amigos. La ausencia robustece más la amistad que la presencia. La presencia engendra la saturación, el hastío, a veces la antipatía. Me ha sucedido muchas veces desear que parta un amigo para no perderlo.

Algún día analizaré con calma los orígenes de mi incapacidad para la vida social. Me gustaría determinar la época exacta en que comienzo a sentirme incómodo entre mis semejantes, a sufrir su presencia como una agresión, a buscar la soledad y el silencio.

Nunca podré formar un hogar porque nadie soportará mi silencio.

Dejamos de vivir en la medida en que recordamos. Toda evocación es tiempo robado al tiempo.

¿Quién conoce mi faceta de animal nocturno? Cuántas veces en mi cuarto, estando ocupado en alguna lectura, he sentido penetrar por las ventanas, por las rendijas de la puerta, el llamado de la noche. Ponerse el abrigo y comenzar a caminar. Pequeñas luces, cielos opacos o estrellados, gente que sale lavada, peinada, en busca del placer. Estaciones en los bares, sin precipitación, bebiendo a pausas un trago fino, mirando, pensando, sintiendo operarse la transfiguración... De pronto ya somos otro: una de nuestras cien personalidades muertas o rechazadas nos ocupa. Nuestro cuerpo la portará, la soportará hasta el alba. Luego la enterraré en alguna mala cama de hotel, en alguna última copa que no debió nunca venir. Rostros de mujer, bellas cortesanas, besos pagados, comedia del amor, mis largas, mis incontables noches de bebedor anónimo en Europa, ¿qué cosa me han enseñado?

Como dice La Bruyére: "Ninguna persona gana en ser profundizada”. Los amigos que más estimo son aquellos que no conozco completamente, es decir, que no he querido conocer hasta el revés de la figura. La amistad tiene una frontera natural que nunca debíamos sobrepasar: más allá de ella el contacto se convierte en colisión.

No concibo mi vida más que como un encadenamiento de muertes sucesivas. Arrastro tras de mí los cadáveres de todas mis ilusiones, de todas mis vocaciones perdidas. Hay un abogado sin título, un profesor sin cátedra, un periodista mudo, un bohemio mediocre, un impresor oscuro y, casi, un escritor fracasado.

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