8/9/25
Inquietante que no me acordara de lo que escribí hace solo unos días (ay, ese avance de la nada ocupando parcelas de ti, arrebatándolas, victorias parciales de esa lucha que llevas contigo y estás destinado a perder).
Pensar así, pensar en si se acabarán o no las cosas, es perder el tiempo, tirar la vida, buscarte la excusa para no hacer nada. Tú sigue poniendo ladrillos y no pienses hasta dónde llegará la pared. Aprende de la milenaria tozudez de tus congéneres.
Oyendo una grabación de 1936 con la versión que de «Georgia on My Mind» hizo Django Reinhardt, me entran unas irresistibles ganas de llorar. Pensar que no tengo horizonte, que esto va a ser en adelante así, en cuarto menguante hasta que llegue esa nada, la luna nueva: lo que no escribiré, lo que no llegaré a leer.
Hay momentos en los que me parece que soy un muerto
bien tranquilo
que me mira a mí mismo mientras existe…
Como ocurre tantas veces, el final feliz de la película es el principio de la espeluznante tragedia.
Siempre, al fondo de todo, uno tropieza con la infancia o se empeña en tropezársela. Uno se muere con la infancia a cuestas, sin curarse de ella.
Acabar reconociendo esa cosa tan humillante de que, al fin y al cabo, lo que importa es seguir con vida, no la felicidad, ni la justicia, ni siquiera la dignidad, sino, sencillamente, vivir, aunque sea troceado, triturado, hecho picadillo.
Señor, líbranos de los humillantes preámbulos de la muerte. Ayúdanos a morir bien, un infarto de noche, una embolia rápida, qué sé yo, y en caso de que la cosa se tuerza, danos valor para saber poner con dignidad la palabra fin en la pantalla.
Intento imaginar qué sería lo que podría transmitirme algunas ganas de seguir viviendo. Nada que no sean los libros, la música y el cine.
La certeza de que no quedan nada más que unos días y la inevitable pregunta acerca de cómo será el reino de las sombras me angustian menos que los preámbulos, esa fase médica, las manipulaciones. Tener la conciencia suficiente como para no quedar del todo en sus manos, valor para saber cuándo hay que decir basta para que no salte por los aires eso que no sabemos dónde está, pero reconocemos, y se llama «dignidad». Qué andamiaje hay que levantar para no convertirte en un animalito asustado, qué sistema de apoyos y defensas: representar bien esos últimos momentos ante ti mismo, que esos últimos momentos formen parte del sentido que te has esforzado por construir, aunque sea un sentido descreído, escéptico o pesimista, saber trabajar bien el instante en que se abandonan los escombros para volver al polvo. Creo que era Camus el que decía que el único problema de verdad importante al que el hombre se enfrenta es la muerte, si no era él lo digo yo, me parece bien traído.













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