"Retrato del futbolista adolescente" (Valentín Roma) Subrayadas (205)

30/10/25

Por extraño que parezca, puedo renunciar a cualquier ambición antes que desprenderme del individuo mezquino que en ocasiones, o siempre, soy.

El bien se reconoce tras haber paseado, una temporada, por la maldad.

Ese era nuestro talón de Aquiles del pánico: regresar sin haber llegado, volver después de estar a punto de lograrlo, presentarnos en la calle con el rictus de quienes tocaron la miel y se quedaron con la basura.

La vida interior de las personas se ha vuelto irresistiblemente fascinante, pocas cosas pueden competir con un alma solitaria y desesperada, que busca alegorías donde regodearse.

Alguien dijo -he olvidado su nombre- que no se puede escribir un mensaje de ruptura sin hacer el ridículo.

Todo fue, como siempre, muy rápido. Primero se escuchó el batir imperceptible de los tambores de Boris Williams, luego las notas oscuras del bajo, más tarde la entrada épica de los teclados, el lanzamiento de la melodía por parte de la guitarra, esa escalera de subida y bajada con la que -no hace falta ser admirador de The Cure para entenderlo- uno sabe que está empezando «Just Like Heaven». Finalmente, una voz afeminada pidió tres veces que le mostrase el truco, «Show me, show me, show me».

Nos dieron las notas sin mucha solemnidad. La carrera de Historia del Arte carecía de prestigio, nadie suspendía a no ser que dejases de presentarte. Ciertos alumnos comentaban que respirar era calificado con un cinco, no dormirse en clase con un seis, escribir tu nombre y que el profesor lo entendiese equivalía a notable, saber el siglo en que nació Andy Warhol, sobresaliente, y, por último, escribir la palabra «Nietzsche» sin faltas, matrícula de honor.

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