18/11/25
De Baroja gusta –y a otros disgusta- un estilo personalísimo, aparentemente descuidado, casi desgalichado, pero que atrapa de modo irresistible. También muchas de las cosas, a menudo contradictorias, que Baroja fue: falso misógino, liberal antidemócrata, pesimista y anarquista, populista con repuntes aristocráticos… Pío Baroja fue un rebelde al que gustaba estar en casa cómodo, un aventurero cobarde y un observador que miró a las mujeres y aparentemente desdeñó el sexo. Fue un gran solitario rodeado de conocidos (acaso como Azorín, tan cerca y tan lejos) y un hombre huraño que podía ser entrañable. Cuando ya tenía el caserón de Itzea –que sigue siendo de la familia, y que el novelista compró en 1913- los niños de los alrededores de Vera de Bidasoa, lo llamaban (pues le miraban pasear taciturno y lejano) “el hombre malo de Itzea”. Vasco y español sin fisuras, estuvo siempre cerca del célebre “dictum” de Shakespeare: “La vida es un cuento narrado por un loco, lleno de ruido y furia”. (Luis Antonio de Villena)
*Baroja, ha dicho uno alguna vez, es, como escritor de partida, el mejor. Escritores de llegada son Unamuno y Azorín, y de partida y de llegada al mismo tiempo sólo unos pocos: Cervantes o Galdós, por ejemplo. Pero Baroja tiene virtudes propias, irrepetibles en nuestra literatura como compañero insobornable: solitario, errante, partidario de Stendhal y de Epicuro, individualista tanto como sociable, un poco egoísta, desde luego, y un poco cerril y extravagante, pero también alguien a quien no embaucarán las tonterías circuladas, sentimental sin dejar de ser, eso jamás, pudoroso, y desde luego, lo que gusta tanto en la juventud: alguien con un gran repertorio de ideas originales, aunque algunas de estas las encontremos un tanto caprichosas. En otras, en cambio, qué agudeza, qué largura. ¡Y qué alma de poeta puro la suya mirando un arrabal de Madrid o siguiendo las huellas de un conspirador! ¡Cuánto fino humor, y qué fino, cuando se olvida de la pose feroce! (Andrés Trapiello)














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