29/1/22
"Hoy la lluvia me retiene en casa sin poder salir, y en el cuarto pequeño del hotel me ofrece la imaginación, con cierta melancolía, a tantos kilómetros de distancia, aquella casa madrileña de la calle de Mendizábal, donde viví muchos años antes de la revolución, casa que ya no veré más aunque vuelva a Madrid, porque unas bombas lanzadas desde un aeroplano la incendiaron y convirtieron en un montón de ruinas calcinadas.
Allí fue donde conocí bastante gente, que llamaron a mi puerta para contarme sus vidas, por si hallaba en ellas algún detalle pintoresco aprovechable para mis libros, pero con la intención primordial de que las socorriese o favoreciese. Eran ordinariamente, estos que tenían la ingenua aspiración de encarnarse como personajes de novela, individuos pintorescos, gentes del hampa, desharrapados, física y sentimentalmente, ninguno de los cuales habría leído nada mío, pero que tal vez hubiesen oído decir que yo me interesaba por las vidas de los que iban consumiendo su existencia a puñetazos contra realidades inclementes.
(....)
La mayoría eran sablistas vulgares, que estrujaban su fantasía para adornar su charla ganzúa. Recuerdo entre ellos el caso de un catalán, que se presentó como representante de los soviets, que le habían enviado nada menos que hasta Australia, y habría regresado por África, recorriendo, según decía, en dos meses y a pie, la distancia de la colonia del Cabo hasta Tánger.
Cuando terminó su relato, viendo en mi expresión que no había logrado hacerme tragar el anzuelo, extrajo por debajo de la capa raída un gran cartel que decía: 'Se ruega un donativo'".
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