1/4/23
Reina Republicana - "Qué nos va a pasar" (La Buena Vida)
me pregunto, algo inquieta, qué nos va a pasar.
ni el punto en que dices tú que algo cambió.
y las cosas que en la plaza nos dijimos hoy.
Reina Republicana - "Qué nos va a pasar" (La Buena Vida)
Dilly Dally se formaron en 2009, y grabaron su primer larga duración, “Sore”, en 2015. Su segundo disco, “Heaven”, llegó en 2018. El cuarteto está formado por la cantante y guitarrista Enda Monks, la también guitarrista Liz Ball, la bajista Annie Jane Marie y el batería Ben Reinhartz. Los singles "Colour of joy" y "Morning light" son lo primero que publican desde entonces.
“I remember you well in the Chelsea Hotel”, cantaba Leonard Cohen, y todos nosotros, que quizás sin haber estado nunca allí, también recordamos este fascinante epicentro de la escena artística neoyorquina de los años 50 a los años 80, a la vez paraíso e infierno sobre la tierra, lugar mágico y maldito.
El Chelsea Hotel, icono de la contracultura, es desde hace más de un siglo un refugio y una leyenda para los creadores, que ha atraído a artistas como Patti Smith, Leonard Cohen, Robert Mapplethorpe o los miembros de la Factory de Andy Warhol. Cerrado por reformas desde hace varios años, se transforma en hotel de lujo mientras unos cincuenta residentes, a menudo ancianos, siguen viviendo allí y creando una bonita zona en obras.
"Dreaming Walls" es casi la última reacción que ofrecen las directoras en el Chelsea Hotel, como si intentaran fijar en la pantalla un alma que se evapora, antes del deceso, para transmitirla en otros lugares, y otros tiempos. Quizás también es una manera de liberar los fantasmas atrapados entre estas paredes. x Aurore Engelen (cineuropa.org).
"Irreverencia ilustrada. Escándalo fino. Estas dos son las paredes maestras de un programa donde nada es como te esperas". Programa de José Manuel Sebastián en Radio 3.
Programa especial dedicado a la primera hora del afterpunk, como se llamaba entonces, o al postpunk, como se llama ahora. Una música que nunca parece que deja de ser relevante.
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Así se aprende en esta vida. De crío te enteras de casi todo,
pero no entiendes casi nada. En el colegio no te enseñan a
sobrevivir ni a follar, ni a beber ni a pelear; nada de lo que
importa en esta vida. Eso te lo enseñan tus mayores: los veteranos. Ni educación social ni pollas en vinagre. La escuela de la
vida son los colegas y el claustro de primos, hermanos y otros
maestros que se toman muy en serio su deber de enseñarnos
a cagarla en la vida. Cuentos chinos y leyendas urbanas: en
eso se basa nuestra educación.
El éxtasis fluye por tu cuerpo y te hace bailar.
Vuelas por encima de las nubes y te repites en la nebulosa
química de la droga, en la confusión que hace que te tropieces
con tus propios pensamientos. Estas fiestas duran días y días.
Nos encerramos, echamos las cortinas y más alcohol y más
pastis en esta aventura de MDMA al mundo de los químicos
y la música y el alma. Sin purgatorio. Atajo al cielo subido
en tiburones, molinos, tréboles con purpurina, playstations,
coronas, cerezas, caritas felices, pumas, cohetes, Xboxes,
Mercedes, corazones y putos Mitsubishi de doble cabina.
Todos los días me siento en la misma mesa y miro por las
mismas ventanas de plástico sucias y pienso en cómo será mi
futuro y el resto de mi vida. Fantaseo con pibones, aventuras
y todo lo que me gustaría tener, coches y demás. De vez en
cuando se me pasa por la cabeza que lo que la profa nos está
martilleando en el coco podría servirme para conseguir todas
esas cosas, pero es pensar en hacerle caso y se me derrite el
cerebro. En cuanto me intereso por algo, me sacan los cuadernillos
viejos de Gramática que tienen mierda para aburrir, me
desespero y tiró la toalla.
Vivimos en tiempo prestado y cada segundo es un
segundo robado y destinado a un fracaso inevitable. Cada
momento es pura electricidad.
Hoy la muerte se parece mucho a un lugar fresquito a la
sombra en comparación con tener que enfrentarse a la vida y
estar despierto, pasando calor, tan solo una sombra sudorosa
de lo que era: un tío joven y fuerte.
El sábado por la noche fue alucinante, pero incluso la euforia
palidece ante las sensaciones tangibles de derrota, sinsentido y
desesperanza. Soy un refugiado de mi propia existencia. Me
obligo a levantarme y a salir de este pozo sin fondo. Algo de
comer y el cálido torrente y vapor de una ducha me restaurarán al menos a una sombra de lo que fui y de mi propia
humanidad.
Qué
irónico, ¿no? El lugar del que tanto ansiábamos escapar se ha
convertido en lo más parecido a un paraíso. La normalidad:
el esquivo estado de paz que damos por hecho y que lloramos
al perderlo para siempre.
Se hace
eterno cuando te encuentras como el culo. Sientes que la vas
a palmar en cualquier momento y tus pensamientos desconectan
de la vida que tuviste, esa que una vez fue sagrada.
Si la palmara esta noche, me iría de este mundo pensando
demasiadas gilipolleces, sudando y anhelando cosas que no
volverán: el paraíso olvidado de la normalidad. La cotidianidad
mundana, la belleza de aburrirse hasta más no poder y
los dramas familiares.
Dejar algo cuando todos a tu alrededor lo siguen haciendo es de valientes.
¿Qué les ha pasado a mis colegas de toda la vida,
aquellos que lo eran todo para mí? ¿Qué promesas ofrecía mi
siguiente etapa vital? ¿Seguir en una carretera en dirección a
la nada, una mera sombra de lo que vino antes? ¿Dejar preñada
a una piba del barrio y condenar a mis hijos al mismo
ciclo ineludible de degradación, aceptación y repetición? Yo
no quiero eso, ahora lo sé.
El suicidio siempre deja una sensación aniquiladora.
Nadie quiere hablar del tema; es incómodo. Incluso cuando
toca contárselo a la gente, es una palabra que nadie quiere
usar porque da miedo, como si hablar de ello o pensar mucho
en el tema pudiera pegártelo como si fuera una enfermedad
contagiosa. Intento imaginarme caminando por el bosque
por última vez dispuesto a cometer el acto definitivo de violencia
contra uno mismo. No podemos saber lo que se le pasa
a la gente por la cabeza. Eso es lo que se dice. «No podemos
saber lo que se le pasa a la gente por la cabeza», así se lavan
las manos. Pero claro que lo sabemos. Esas personas estaban
sufriendo y también estaban asustadas y frustradas y solas y
deprimidas y avergonzadas y marginadas o en una lista de
espera para recibir ayuda. O ni siquiera llegaron a pedir ayuda
y siguieron adelante a rastras, cojeando, hasta que ya no
pudieron continuar. Llegados a cierto punto, el sufrimiento
se vuelve desesperación y lo único que quieren es dejar de
existir; creen que solo así se curarán de sus problemas y de
su condición. Pensarlo me deprime y hace que me coma el
coco. Ojalá que hubieran llamado y que hubieran gritado a
los cuatro vientos que lo estaban pasando mal, y tú habrías
hecho lo que fuera por ayudarlos, como haría todo el mundo,
para alejarlos del precipicio de su abismo personal, para darles
amor y agarrarlos fuerte, y no dejarlos marchar.
No existe la
justicia, no como la pintan. Solo existe la policía, los juzgados,
las cárceles y los curritos, que son los únicos a los que pillan.
Limpian las calles para que los criminales de verdad, los que
llevan corbata y dirigen el país, puedan mantener su segunda
residencia en Londres, irse de vacaciones varias veces al año y
asegurarse de que sus hijos saben esquiar y cosas por el estilo.
Las familias iban al juzgado, fumaban nerviosas en la puerta.
Siempre había una rueda de identificación de los sospechosos
habituales: tipos turbios que se conocen entre sí y peña que
conoces del colegio. Esperan y esperan mientras unos graduados
con un buen sueldo a los que no se les da mal esquiar,
flotan altaneros ataviados con largas togas negras. La policía,
los agentes de la ley, existen para proteger a los legisladores y
decirnos al resto que no demos mucho por culo. Los ricos, los
exitosos y los que sacan buenas notas juzgan a los pobres, a
los desgraciados y olvidados, para ellos patanes incultos que
solo valen para mandarlos a los servicios sociales y multarlos,
condenarlos y encarcelarlos una y otra vez. Los juzgados son
tan ceremoniales como las iglesias, igual de arcanos, igual de
sagrados.
Cuando por fin lo dejas parece que te pierdes algo. Pero
qué va, todo lo contrario. El subidón del viernes es un viejo
demonio y es listo, muy listo. Yo comprendí la verdad hace
unos años, cuando me mudé y dejé de beber y drogarme.
Quedarse en casa en lugar de salir de fiesta era un puto suplicio;
eso para empezar. Era un sacrilegio, una traición a algo
sagrado. Un finde tranquilo era un finde desperdiciado, porque
no lo había vivido desde la locura. Esa sensación me duró
un año; me pasé 365 días sintiéndome como un puto traidor
y un aburrido de mierda. Me invadían furia y soledad por ser
el único que se quedaba en casa, cuando las tropas, incluso mi
chica, se habían pirado de fiesta. Pero fui el único que no se
desvió de su camino y aquella soledad me hizo entender que
ese camino es sagrado porque te redime y te libera de tener
que vivir una y otra vez la misma mierda de siempre. Fue
entonces cuando me di cuenta de que llevaba engañándome
toda la vida.
Tu carácter se define por las decisiones que tomas y la vida que tienes suele ser el resultado de ellas.
Tras una larga trayectoria en las filas de We Are Standard, el compositor y productor bilbaíno Jon Aguirrezabalaga adoptó el nombre de Zabala para producir su obra más personal. En ella se zambulle en géneros electrónicos como el ambient, el IDM o el drone con un enfoque experimental y abierto, que también comparte su trabajo para artes escénicas y cine. En su nueva posición de alquimista de la electrónica más orgánica, el artista vasco es capaz de jugar con los límites de lo onírico y lo real abriéndose camino hacia territorios de una belleza inusual y extraña que comulgan perfectamente con el found footage que Nuria Giménez convirtió en esa maravilla que es "My Mexican bretzel".
Zabala ha interpretado hoy en directo en el Teatro del Mercado, sobre la proyección de la película, su música para "My Mexican bretzel", dentro del Festival Retina.
"My Mexican bretzel" (España, 2019, 73 minutos)
V.O.S.E.
Sinopsis: Diario íntimo de una mujer de clase acomodada, Vivian Barrett, ilustrado por las filmaciones caseras de su marido León, un rico industrial, entre los años 40 y 60 del siglo pasado. La película es también un melodrama clásico a lo Douglas Sirk o Todd Haynes, con los sentimientos a flor de piel. Un viaje en volandas a través de la vieja Europa. Un ensueño romántico.
Género: Documental
Dirección: Nuria Giménez
Guión: Nuria Giménez
"Caos calmo" (2008). Dirección: Antonello Grimaldi. Intérpretes: Nanni Moretti, Valeria Golino, Alessandro Gassman, Isabella Ferrari.
Este libro es una crónica emocional, una colección personal de historias
recordadas, y creo que la mejor manera en la que sedimentamos nuestros
recuerdos es contándolos muchas veces.
El Velódromo es el templo primigenio, la semilla inicial, el mito nuclear del
FIB. La piedra angular sobre la que se fue construyendo un relato, el de la
música indie en España, que con el paso del tiempo llegó a convertirse en
hegemónico. Al menos, hasta hace muy poco. Pregunten, si no, a los fibers
más veteranos por el aura mítica del Velódromo.
Los indies, en España, han sido siempre bastante conservadores.
Podríamos dividirlos en dos grandes grupos. El más esnob y
conscientemente elitista, el de los que unos amigos míos llamaban
«indietrágicos», lo formaba un tipo de gente que era muy fan de los Smiths
y se tomaba muy en serio la melancolía. Como decía Rob, el protagonista
de la novela Alta fidelidad de Nick Hornby, no sabían si escuchaban música
pop porque estaban tristes o si estaban tristes porque escuchaban música
pop.
Su némesis colectiva, el otro gran grupo
poblacional del indie patrio, mucho más numeroso y también más variado,
eran los que otros amigos míos llamaban «agroindies»: más campechanos y,
en el fondo, mucho más simpáticos y menos pretenciosos, pero también un
poco paletos, más conservadores y alérgicos al riesgo. Les fascinaba la
escena musical anglosajona, pero, en general, no entendían una palabra en
inglés y lo que les movía era el fervor de la masa, sin mucho espíritu crítico, pero con ansias de modernidad.
En aquellos primeros años de camping casi improvisado había líneas
blancas pintadas con yeso en el suelo, indicando los espacios donde se
podía acampar, pero no se contaba con personal suficiente para controlar
aquello y la gente dejaba la tienda donde mejor le parecía. El primero en
llegar escogía sitio entre los almendros y plantaba la bandera, como los
colonos del salvaje oeste, sin dejar calles ni huecos para el tránsito del resto
de campistas. Tampoco había muchas sombras, en aquella ciudad anárquica
que extendía su colorido patchwork sobre el horizonte. Así que, a partir de
las ocho de la mañana, si no te despertaba el ruido de las cigarras lo hacía el
agobio del sol apretando cruelmente sobre la tienda de campaña. Se dormía
poco y mal, en el camping. El calor y la humedad se iban reconcentrando
bajo la lona recalentada hasta que, en algún momento, tu cuerpo decía basta
y te despertabas desorientado, sudando copiosamente y preguntándote de
dónde demonios habían salido esas malditas cigarras que te estaban
martilleando la cabeza. Tambaleándote, con la resaca a cuestas, salías
temprano de la tienda y zigzagueabas por el caótico campamento hacia la
salida que llevaba hasta la playa redentora.
Ellos (El Niño Gusano) y todo su entorno de amigos aragoneses locos me parecieron una pandilla encantadora y divertidísima, a pesar de que se reían de mí sin
parar y me tomaban el pelo constantemente. Pero lo hacían con una gracia y
un cariño que no solo no te importaba, sino que querías estar con ellos todo
el rato, aun siendo el blanco de sus bromas. Luego, cuando vinieron ellos a
Mallorca, salimos de bares después de su concierto. Durante muchos años,
Sergio Algora siempre me recordaba cómo, aquella noche en Palma, le
salvé la vida cuando lo agarré in extremis y evité su caída al vacío mientras
hacía estúpidos equilibrismos sobre una barandilla.
Recuerdo el entusiasmo y la admiración que sentía viendo a Judah Bauer
subido sobre el amplificador de guitarra como si fuera un monolito
prehistórico, a Jon Spencer haciendo kárate aéreo con el theremín, a Russell
Simmins golpeando los tambores con fiereza y sin perder el groove.
Recuerdo perfectamente las ganas de salir de allí corriendo y montar mi
propio grupo, que es lo que me pasa siempre cuando un concierto me gusta
tantísimo como aquel.
Mientras contempla el florecimiento de un romance platónico en el seno de una plantilla de mozos de almacén de un supermercado, el nuevo trabajo de Thomas Stuber traza el afable retrato de un grupo de infelices que hallan solaz y sentido de comunidad en el más improbable de los entornos. La película dota su día a día de ritmos, texturas y colores llenos de capacidad de seducción y, pese a que el repentino viraje a territorios trágicos que experimenta en su último tramo está fuera de lugar, en general funciona como encantadora reivindicación tanto del poder balsámico de las relaciones laborales como de la posibilidad de encontrar el amor hasta en las circunstancias menos amables. (Nando Salvá, ellperiodico.com)
"In den Gängen" ("A la vuelta de la esquina"). Alemania, 2018. Dirigida por Thomas Stuber, con Sandra Hüller, Franz Rogowski, Peter Kurth, Ramona Kunze-Libnow.
Tras The Jesus & Mary Chain y Echo & The Bunnymen le tocaba el turno al último integrante de una santísima trinidad particular: The Cure.
Recién cumplidos los veinte años, Robert Smith y su banda publicaban su álbum de debut en 1979, "Three imaginary boys". A partir de ahí, una apasionante historia musical que aún hoy perdura con vigencia máxima. Esta lista abarca una colección de favoritas personales desde su creación como grupo hasta 1992, culminación de sus años dorados con el disco "Wish".
Una mejora de
las condiciones de vida va emparejada a menudo con un deterioro de las
razones de vivir y en particular de vivir juntos.
La vida humana se compone de una sucesión de
dificultades administrativas y técnicas, entrecortadas por problemas
médicos; con la edad, prevalecen los aspectos médicos. La vida entonces
cambia de naturaleza y empieza a parecerse a una carrera de obstáculos:
exámenes médicos cada vez más frecuentes y variados escrutan el estado de
tus órganos. Concluyen que la situación es normal, o al menos aceptable,
hasta que uno de los dos dicta un veredicto distinto. La vida cambia
entonces por segunda vez y se convierte en un recorrido más o menos largo
y doloroso hacia la muerte.
Lo peor era que no podía discrepar con los
terroristas si su objetivo era aniquilar el mundo tal como él lo conocía,
aniquilar el mundo moderno.
Abogado y periodista venía a ser lo mismo, según él pertenecían a
la misma gente turbia, en relación directa con la mentira, sin contacto
inmediato con la materia, la realidad ni con cualquier tipo de trabajo.
1. La música.
2. Los cameos.
3. El toque HBO.
4. David Simon.
5. Los actores.
6. Comprobar cómo somos los turistas.
7. Aspecto humano de la tragedia.
8. Los indios y el Mardi Gras.
9. Entender Nueva Orleáns y su hot.
10. La gloriosa segunda fila.
"Diez razones para ver Treme" (Fernando Navarro, El País)