14/1/23
Mi aislamiento no es una búsqueda de la felicidad, pues carezco de alma para alcanzarla; ni de tranquilidad, que nadie consigue hasta no haberla perdido, sino de sueño, de apagamiento, de pequeña renuncia.
Las cuatro paredes de mi cuarto son, al mismo tiempo, celda y distancia, lecho y ataúd. Mis horas más felices son aquellas en las que no pienso en nada, no quiero nada, no sueño siquiera, perdido en un torpor de vegetal equivocado, como el del simple musgo que crece en la superficie de la vida. Disfruto sin amargura la consciencia absurda de no ser nada, el sabor de la muerte y del apagamiento.
Las cuatro paredes de mi cuarto son, al mismo tiempo, celda y distancia, lecho y ataúd. Mis horas más felices son aquellas en las que no pienso en nada, no quiero nada, no sueño siquiera, perdido en un torpor de vegetal equivocado, como el del simple musgo que crece en la superficie de la vida. Disfruto sin amargura la consciencia absurda de no ser nada, el sabor de la muerte y del apagamiento.
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