27/1/07
El verano tocaba a su fin, así como unas vacaciones que, inesperadamente, se habían convertido en una sucesión de días inacabables de color y sabor pastel junto a N.I., a la que conoció al tercer día de llegar a este lugar de soledad montañosa. Quedaron en los Altos, donde tantas veces habían visto cómo los días se empequeñecían ante la inminente llegada de la cena de las diez. O.L. pensó que aquel lugar era el mejor para la tan temida despedida, aquella explanada donde inexplicablemente no soplaba el viento y que en su mundo particular había hecho las veces de casa familiar, con su televisión desvencijada, su nevera de frío natural, su mesita de té carcomida y su cuarto de baño en el rincón.
Cuando llegó el momento, sus caras palidecían. Se sentaron en los sillones, se cogieron de la mano y se abstuvieron de hablar durante largo rato mientras contemplaban el vasto paisaje a través del televisor sin pantalla hasta que, como carta de ajuste, ambos juraron que volverían allí el verano siguiente. Desde aquel elevado y lejano silencio casi extraterrestre pudieron oír perfectamente el claxon de los automóviles de sus padres, que los reclamaban por sus nombres desde lugares distintos. Fernando SoYoung
Cuando llegó el momento, sus caras palidecían. Se sentaron en los sillones, se cogieron de la mano y se abstuvieron de hablar durante largo rato mientras contemplaban el vasto paisaje a través del televisor sin pantalla hasta que, como carta de ajuste, ambos juraron que volverían allí el verano siguiente. Desde aquel elevado y lejano silencio casi extraterrestre pudieron oír perfectamente el claxon de los automóviles de sus padres, que los reclamaban por sus nombres desde lugares distintos. Fernando SoYoung
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