6 exhortos imprescindibles de mi madre Listas inservibles (7)

21/6/09

Una curiosa forma de celebrar un aniversario puede ser recordar cómo la persona que ha propiciado originariamente que puedas cumplirlos, tu madre, no haya cejado nunca en ese empeño tan materno de la protección contra la enfermedad y los peligros de la vida en general, la mejoría constante en la educación y en definitiva el intentar siempre que uno fuera cada día un poco mejor. Por eso y a modo de desenfadado homenaje, apunto los 6 exhortos imprescindibles de mi madre a lo largo de mi infancia y juventud.



1. ¡Déjate las uñas!
Año tras año, desde mi primer uso de razón hasta que el universo se contraiga, esta fea manía de comerme las uñas y su reprensión me ha acompañado indefectiblemente y sin poder evitarlo hasta la fecha, y lo que me queda. (Y nunca dejo de tener presente que mi abuela me aseguró que el que se come las uñas acaba volviéndose loco. Y es bien sabido que las abuelas se equivocan poco).

2. ¡Ponte gorra!
Después de las uñas, la gorra. Un par de mareos al sol en treinta y tantos años han sido suficientes para que, cada vez que saliera al campo, a la playa, a jugar un partido o a dar un paseo por cualquier lugar sospechoso de no albergar sombra en derredor, oyera la cantinela de la necesidad imperiosa de tapar la sesera. Extensivo a suegras, y con seguridad también un fijo hasta el fin de los tiempos.

3. ¡No te infles de pan!
El desgaste infantil, tanto físico en el recreo como intelectualmente en el aula, hacía que al sentarse a la mesa a mediodía un servidor diera buena cuenta de dos o tres generosos trozos de pan en el período de tiempo que va desde que me sentaba hasta que la olla pasaba del fuego a la mesa. De récord. Y encima, en aquellos tiempos la miga engordaba.

4. ¡El movimiento es vida!
El agua nunca ha sido mi medio favorito. Mucho menos a la hora de la ducha en pleno mes de enero. Cuando llegaba la hora de que mi madre me pasara la esponja por mi entonces enjuto cuerpecillo, el encogimiento de hombros era total y la parálisis irremediable. Esta frase intentaba animarme a salir del cubo de hielo imaginario en el que me hallaba, aunque siguiera arrugado y más parado que una estatuta de mármol.

5. ¡Tápate el estómago!
Otro de esos consejos de madre que, por repetición más que por convicción, se han acabado adoptando casi como costumbre. Al parecer, las siestas son una costumbre peligrosa por culpa de ese complejo proceso llamado digestión (otro día hablaremos de las 2 horas que había que esperar para bañarse en la piscina o playa), y no taparse la zona estomacal podía acarrearnos consecuencias fatales y, quizá, irreparables.

6. ¡No acciones con el cuchillo!
Otra vez a la hora de comer, pero en esta ocasión en plena edad del pavo, uno no dejaba de enervar al personal con cualquier absurda anécdota colegial, y en esa explicación el cuchillo en mano a veces se acercaba peligrosamente a la nariz del vecino en tan concurrida mesa.
x Gabi Lombardo

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