Operación Tormenta del Inodoro Encuentros (37)

18/1/10

Después de estar dos horas y media aburrido esperando embarcar en el avión de vuelta a casa, en el último momento el clásico apretón estomacal que siempre acecha en los peores momentos estrujó mi abdomen como una lata de anchoas prensada por Terminator. Menos mal, por lo menos, que de los 4 cubículos con trono había dos libres, y en una mirada rápida me introduje en el que menos mala pinta tenía. Me aposenté y empecé sin querer a estar más pendiente mentalmente de si por megafonía hacían la última llamada para mi vuelo que de mi propia evacuación. Procedía a respirar hondo para relajarme cuando de repente en la cabina de al lado entró alguien dando un portazo. Otro a urgencias, pensé. No habían pasado siquiera cinco segundos cuando empezó un festival de sonidos estrambóticos de la más variada tonalidad y volumen, agudos y graves, escuetos y suspendidos en el tiempo, como música de vientos catabáticos soplando con componente descendente por el libre hueco que a la altura del tobillo nos unía.

Volví a perder la concentración. Más aún cuando un inesperado golpe proveniente del mismo vecino estuvo a punto de derrumbar el muro de la intimidad que nos separaba. A estas alturas ya se me había ido el santo al cielo del todo, pero quizá gracias al último susto, mis órganos internos debieron de pensar que mejor salir cuanto antes de aquel atolladero, mientras al lado seguía funcionando a pleno rendimiento una orquesta sinfónica de trepidantes sonoridades que hacía presagiar un auténtico temporal monzónico del que ningún paraguas de marca habría podido salir indemne. Decidí salir inmediatamente a la superficie exterior a respirar, con tan mala fortuna que coincidí con la salida de mi vecino momentáneo, el de la “Operación Tormenta del Inodoro”.

–¡Hombre, Pablo! -No me froté los ojos porque aún no me había lavado las manos. -¿Qué haces aquí? –Iba a soltarle una contestación tópica, “lo mismo que tú”, pero en absoluto iba a comparar lo que ambos acabábamos de facturar después de facturar -por lo menos si no en el fondo, sí en las formas-, así que contesté mientras contemplaba con horror cómo mi corpulento ex suegro me tendía la mano que había sobrevivido a su tempestad:
-Hola Onofre, nada, esperando a que salga mi avión. –El hombretón no me soltaba la mano, lo cual me estaba volviendo a revolver los intestinos, a duras penas recién arreglados, pensando en lo inoportuno y desagradable de este saludo pre-lavado.
-Igual vamos en el mismo. Espérame y me cuentas tu vida, que hace mucho que no nos vemos.
-No lo creo, el mío sale ya mismo… ¡y llego tarde! -le contesté de mala manera mientras salía al galope y sudando, y sin siquiera haberme podido enjabonar las manos. x F. Andén

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