El Sopa de Letras El arca del fanzinefable

12/3/10

Fue un templo. No, un refugio. No, un escondite. Tampoco. Una guarida nocturna. Bueno, fue todo eso a la vez y unas cuantas cosas más. En la segunda mitad de los noventa, el bar Sopa de Letras fue, en Zaragoza, un lugar en el que todo podía pasar, todo podía sonar y en el que nunca salías igual que entrabas. Un rincón inolvidable, pues muchos años después todo lo que allí vivimos sigue como si tal cosa en la retina.

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"Si el vino perjudica tus negocios, deja tus negocios"

(G.K. Chesterton)

En esta "Sopa de Letras" tan particular, lo primero que encuentro, horizontal y en la primera fila, es "oasis", porque, y sin nada que ver con los ínclitos hermanitos, de entre los más variopintos garitos que se ubican en la zona -pijos, superpijos, verbeneros, abuelocafés...- surge, sin estridencias y a media luz, un lugar diferente, con personalidad propia. Tan radicalmente distinto es este oasis en medio de un desierto de convencionalismos y de mal gusto, que el sufrido noctámbulo puede pensar que es sólo un espejismo y pasar de largo entre sus puertas.

Sin apenas esfuerzo y en el segundo golpe de vista, rodeo con mi pluma, en vertical y en la segunda columna, "selección", porque, al entrar, uno se deja llevar por lo selecto de su música (al menos entresemana), donde tienen cabida éxitos de todas las épocas y de todos los estilos (todos, literalmente), aunque haya cierta tendencia más marcada hacia los 'oldies' españoles y, de vez en cuando, hacia las composiciones más melancólicas, con las que la vaporosa Mariángeles (para nosotros, siempre Mirinda), una de las anfitrionas, trata de envolvernos con sutileza.

"Cacahuete" es otro de los ingredientes que aderezan esta sopa tan apetitosa, ya que suele ser el nutritivo acompañamiento para su inseparable consumición, que puedes degustar bien en la espaciosa y cálida barra o bien en algunas de las mesas dispuestas bajo las 'estanterías' -donde reposan obras maestras de la Literatura Universal-; lugares estos por donde se reparte la heterogénea concurrencia que acude al lugar y que viene a constituir otro condimiento fundamental en este particular caldo. En efecto, entre la fiel y cómplice parroquia se puede encontrar casi de todo: desde músicos y otras variedades de artistas modernetes hasta universitarios y currantes, pasando por algún que otro espécimen de difícil clasificación y por personajes prácticamente fijos y entrañables, como el sosias del televisivo Felipe Mellizo.

"Jueves" y "vino" son términos que encuentro juntos, oblicuamente y hacia el centro de la sopa, porque, al igual que los romanos dedicaron el citado día de la semana a Júpiter, algunos representantes de este fanzine lo hemos dedicado -unos en mayor medida que otros, eso sí- a visitar con nocturnidad pero sin alevosía, este curioso templo de la noche en el que además, y continuando con la analogía romana, se rinde culto y pleitesía al dios Baco a través del embriagador tintorro, de nombre Mendiondo, que existe en el lugar.

Y horizontal, vertical y hasta sesgada, casi etérea, aparece Mariángeles, que no se mueve tras la barra, flota; que con su aura mística y su apariencia de moderna Morgana, te hace sentir, al otro lado de la barra, como un actual y urbanita Lancelot que saborea el néctar arrebatado a los dioses, antes de que el rancio sabor del Mendiondo te devuelva a la realidad.

En definitiva, esta "Sopa de Letras" debe ser uno de los componentes básicos en la dieta de aquellos noctámbulos que, empachados de tanta 'comida' basura, necesitan unas buenas dosis de proteínas musicales, vitaminas de relax y buena conversación y, por supuesto, los hidratos de carbono que supongo tendrá su inevitable, y quizá pronto con denominación de origen, maní. x Josef Catalinski (So Young #13, febrero de 1998)

2 comentarios:

Anónimo ha dicho...

El doble de Felipe Mellizo se llamaba Pedro Savirón, y al parecer, fue un inclasificable gran hombre

Anónimo ha dicho...

ERa un bar fuera del tiempo en lo geográfico y en lo musical...

Rafa