"En el café de la juventud perdida" (Patrick Modiano) Subrayadas (110)

4/2/20

Hay electricidad en el aire de París en los atardeceres de octubre, a la hora en que va cayendo la noche. Incluso cuando llueve. No me entra melancolía a esa hora, ni tengo la sensación de que el tiempo huye. Sino de que todo es posible.

Vivimos a merced de ciertos silencios. Sabemos mucho unos de otros. Así que hacemos por no encontrarnos. Lo mejor, por supuesto, es perderse de vista definitivamente.

No envejecemos. Con el paso de los años, muchas personas y muchas cosas acaban por parecernos tan cómicas e irrisorias que las miramos con ojos de niño.

Alguien me afirmó con mucho aplomo que lo único que no se puede recordar es el timbre de las voces.

Estaba aún en ese momento en que la juventud puede con todo. Nada -ni las noches de insomnio, ni la nieve, como decía ella- le dejaba huella alguna.

Aquella inscripción en la pared cochambrosa de la calle Mazarine, que leía cada vez que iba al colegio: NO TRABAJÉIS NUNCA.

A veces, nos acordamos de algunos episodios de nuestras vidas y necesitamos pruebas para tener la completa seguridad de que no lo hemos soñado.

Estaba empezando el verano; pronto nos iríamos. ¿Adónde? Aún no lo sabíamos. Quizá a Mallorca; o a México. Quizá a Londres o a Roma. Los lugares no tenían ya importancia alguna. Se confundían unos con otros. La única meta de nuestro viaje era ir AL CORAZÓN DEL VERANO, a ese sitio en que el tiempo se detiene y las agujas del reloj marcan para siempre la misma hora: mediodía.

Cuando de verdad queremos a una persona, hay que aceptar la parte de misterio que hay en ella... Porque por eso es por lo que la queremos.

Las personas desaparecen un buen día y te das cuenta de que no sabías nada de ellas, ni siquiera su auténtica identidad.

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