4/4/09
Había perdido ya la cuenta de las veces que le había dado vueltas a los datos de cierre del año de la empresa en la que trabajaba como director financiero. Había consultado manuales, páginas web, recalculado las cuentas una y otra vez....pero lo que le contestaban los números era siempre lo mismo: la empresa se iba a la mierda. Con la mirada perdida más allá del ventanal de su despacho, pensaba en lo que le dirían sus jefes cuando, desesperados, le inquirieran sobre su inexcusable retraso en comunicar la voz de alarma y adoptar las medidas paliativas necesarias, o en las caras de sus compañeros cuando se enteraran de que su ingreso en la lista de desempleados era inminente. Le daba igual. Bajo ningún concepto estaba dispuesto a que se suspendiera la cena de Navidad de todos los años y no correría riesgos. Así pues nadie debía saberlo y a nadie se lo había participado. Excepto a su mujer, claro. A ella –todavía desconocía por qué clase de sortilegio- nunca le había podido ocultar nada. Aunque no fuera su voluntad –ni la de ella-, siempre acababa impelido a darle parte de los sucedidos de cualquier índole que salpicaban su cotidianeidad. De vez en cuando se preguntaba –y sorprendentemente pronto debería responderse- si sería capaz de ocultar una eventual situación de infidelidad en una tesitura como la que él vivía, sometido de una forma tan extraña a su pareja hasta el punto de sentirse incómodo cuando salía sin ella. El día de la cena de Navidad, empero, era diferente. Por absurdo que fuera, ese día se sentía legitimado para aflojar ese lazo que no dejaba de apretarle sutil pero implacablemente y permitir que su espíritu se explayara siquiera tímidamente.
Lo que no podía imaginar de ninguna manera era a dónde acabaría llevándole esa en apariencia inocente licencia que se daba a sí mismo desde hace unos años.
Aquella noche, los remordimientos laborales que reaparecieron durante la cena en forma de cándidas e ignorantes risas de sus compañeros, fueron perdiendo paulatinamente intensidad a medida que los diferentes fluidos espirituosos penetraban en su organismo. Y si alguno quedaba, terminó por desaparecer por completo cuando sus ojos se cruzaron con los de la mujer morena que, con una media sonrisa y mirada sospechosamente brillante, llevaba un rato marcándole desde el otro lado de la barra. Una frase sin sentido, una conversación aderezada con múltiples –y gordas- mentiras, alguna copa de más, una burda excusa para evadirse de sus compañeros sin levantar sospechas...y, entre nebulosas, se vio entrando en el piso de su one-night-stand. Deambulaba por el pasillo camino del dormitorio, excitado como un verraco, cuando de pasada le llamó la atención algo que le resultó familiar. De la pared colgaba una orla. Concretamente la misma que adornaba un habitáculo de su propia casa y en la que, hacia la mitad de la sexta fila, aparecía su mujer recién licenciada y con diez años menos. A medio camino entre la incredulidad y el espanto, tuvo que superar un instante –sólo uno- de titubeo antes de dejar su mente en blanco y abandonarse al dulce de lis que le esperaba a veinte pasos.
Realmente el tema estuvo tan bien que incluso recibió los parabienes de su ocasional amante, especialmente feliz por sus habilidades ‘lingüísticas’. Envuelto en un halo de varonil satisfacción, un agradable sopor le iba venciendo hasta tal punto que a esas alturas ni pensaba en la excusa que tendría que poner si, como creía, llegaba a su casa bien entrada la mañana ni en toda la increíble movida que pasaría por su mente el subsiguiente day after.. Fue entonces cuando su compañera de cama comenzó a hablar. Las palabras fluían de su boca normalmente, pero él las escuchaba a cámara lenta, notando cómo cada una de ellas se clavaba sin compasión en su cabeza, produciéndole un abrupto desvelo del que en ese momento era incapaz de atisbar su fin.
- Oye, tío, me has caído de puta madre y te defiendes bien en la cama. Tenía ganas de variar y creo que ha llegado el momento. Ahora mi amante es una mujer ¿sabes?, pero ya llevo un tiempo necesitando un cambio. Es una antigua compañera de facultad con la que me reencontré hace un tiempo. Es buena tía y me da un poco de pena, la verdad, porque se le va a juntar esto con el tema de su marido, que por lo visto se va a ir a la calle dentro de nada. Pero lo superará. ¿No te parece?. x Atreyu
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