6/6/09
"In the morning I am a recluse, lost in memories ideal situations and convulsions I'm never in and I can't remember"
Una gran injusticia, una más, la que el mundo de la música cometió con Whipping Boy. Quizá el nombre de la banda, que traducido al castellano quiere decir 'cabeza de turco', fue algo más que una premonición o una coincidencia. Porque este grupo irlandés era mucho mejor que un montón de bandas a las que se les prestó infinita mayor atención en los 90 (y después).
En su día se les comparó con uno de los grupos de moda, Radiohead, y también con los U2 de pasado más épico. En la práctica, muy poco que ver con ellos. Porque si bien Whipping Boy cultivaban, en algunas de sus canciones, una visión grandilocuente de la melodía, su sensibilidad también se salía de lo común. La música del grupo que comandaba Fearghal McKee (en compañía de Paul Page, Myles McDonnell y Colm Hassett) teje todo un mundo enigmático de tristeza elegante, de seda y rocas, de reencuentros fallidos. Cada minuto de sus creaciones propulsa una sensación de cataclismo emocional -que les emparenta más bien con contrabandistas del sentimiento oscuro y bien tallado como Echo & The Bunnymen, Joy Division o Nick Cave-, y para ello se valían de bisturíes de porcelana como la profunda voz de McKee, unos teclados con sabor a eternidad o un manantial inagotable de arreglos de cuerda tan inquietantes como reconfortantes.
Muchas cosas son las que sitúan a estos dublineses, según mi opinión, en una posición privilegiada como modernos mensajeros del apasionamiento melancólico hecho música, y es gracias a que dan la sensación de saber expresar lo inexpresable (el dolor y el placer, la aflicción y el sosiego) de la forma en que la poesía no es capaz de llegar, atenazando los sentidos como un cielo encapotado de nubes blancas y afectando al alma con su sobredosis terapéutica de tristeza exquisita y a su vez de energía desbordante. Una combinación fatal para un corazón sano.
En su discografía, tan sólo tres capítulos. Suficientes para poder paladear la forma en que su caudal creativo explota en los surcos a base de grandes letras en portentosos crescendos y magistrales cambios de ritmo. El primero, "Submarine", en 1992, con buenas críticas y poca suerte, preludio al fichaje por Columbia Records y al disco que hizo que su nombre adquiriera prestigio, "Heartworm", en 1995, con tres singles ("Twinkle", "When We Were Young" (¿seremos de mayores como en el vídeo de más abajo?) y "We Don't Need Nobody Else") que fueron representativos de un disco de gran profundidad emocional. Tras romper con su discográfica, cinco años después -ya con el grupo disuelto-, editaron "Whipping Boy", un álbum que es un digno continuador de "Heartworm", y del que poca gente tuvo noticias en su día. Pero canciones intensas como "Ghost Of Elvis", "Mutton" o "So Much For Love" revelan a las claras lo buenos que eran estos irlandeses apartados del éxito por un destino musical inmerecido.
En 2005 el grupo se reunió, reformado, para dar unos conciertos en su Irlanda natal. Ahí se quedó la historia de un grupo que debió estar en la cima, por lo menos para saborearla, y se quedó en aspirante ninguneado por la industria, el mundo y el implacable paso del tiempo.
El descubrimiento personal de Whipping Boy se me antoja imprescindible para todos los amantes de esa temblorosa belleza que desprende la comunión bien avenida entre sentimientos desnudos y sonidos tempestuosamente arrolladores. x Fernando SoYoung
Una gran injusticia, una más, la que el mundo de la música cometió con Whipping Boy. Quizá el nombre de la banda, que traducido al castellano quiere decir 'cabeza de turco', fue algo más que una premonición o una coincidencia. Porque este grupo irlandés era mucho mejor que un montón de bandas a las que se les prestó infinita mayor atención en los 90 (y después).
En su día se les comparó con uno de los grupos de moda, Radiohead, y también con los U2 de pasado más épico. En la práctica, muy poco que ver con ellos. Porque si bien Whipping Boy cultivaban, en algunas de sus canciones, una visión grandilocuente de la melodía, su sensibilidad también se salía de lo común. La música del grupo que comandaba Fearghal McKee (en compañía de Paul Page, Myles McDonnell y Colm Hassett) teje todo un mundo enigmático de tristeza elegante, de seda y rocas, de reencuentros fallidos. Cada minuto de sus creaciones propulsa una sensación de cataclismo emocional -que les emparenta más bien con contrabandistas del sentimiento oscuro y bien tallado como Echo & The Bunnymen, Joy Division o Nick Cave-, y para ello se valían de bisturíes de porcelana como la profunda voz de McKee, unos teclados con sabor a eternidad o un manantial inagotable de arreglos de cuerda tan inquietantes como reconfortantes.
Muchas cosas son las que sitúan a estos dublineses, según mi opinión, en una posición privilegiada como modernos mensajeros del apasionamiento melancólico hecho música, y es gracias a que dan la sensación de saber expresar lo inexpresable (el dolor y el placer, la aflicción y el sosiego) de la forma en que la poesía no es capaz de llegar, atenazando los sentidos como un cielo encapotado de nubes blancas y afectando al alma con su sobredosis terapéutica de tristeza exquisita y a su vez de energía desbordante. Una combinación fatal para un corazón sano.
En su discografía, tan sólo tres capítulos. Suficientes para poder paladear la forma en que su caudal creativo explota en los surcos a base de grandes letras en portentosos crescendos y magistrales cambios de ritmo. El primero, "Submarine", en 1992, con buenas críticas y poca suerte, preludio al fichaje por Columbia Records y al disco que hizo que su nombre adquiriera prestigio, "Heartworm", en 1995, con tres singles ("Twinkle", "When We Were Young" (¿seremos de mayores como en el vídeo de más abajo?) y "We Don't Need Nobody Else") que fueron representativos de un disco de gran profundidad emocional. Tras romper con su discográfica, cinco años después -ya con el grupo disuelto-, editaron "Whipping Boy", un álbum que es un digno continuador de "Heartworm", y del que poca gente tuvo noticias en su día. Pero canciones intensas como "Ghost Of Elvis", "Mutton" o "So Much For Love" revelan a las claras lo buenos que eran estos irlandeses apartados del éxito por un destino musical inmerecido.
En 2005 el grupo se reunió, reformado, para dar unos conciertos en su Irlanda natal. Ahí se quedó la historia de un grupo que debió estar en la cima, por lo menos para saborearla, y se quedó en aspirante ninguneado por la industria, el mundo y el implacable paso del tiempo.
El descubrimiento personal de Whipping Boy se me antoja imprescindible para todos los amantes de esa temblorosa belleza que desprende la comunión bien avenida entre sentimientos desnudos y sonidos tempestuosamente arrolladores. x Fernando SoYoung
"When We Were Young"
1 comentario
No sabía de la existencia de esta banda, pero los temas que se pueden escuchar en esta entrada me parecen muy interesantes...Anotado queda este grupo. Saludos
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