"Chap Chap". Kiko Amat Subrayadas (59)

22/12/15

"Chap Chap", de Kiko Amat (Blackie Books, 2015),  en 8 puntos (aleatorios).

El joven
Mi mente y mi cuerpo existen en edades distintas y, como una chicane del Scalextric, solo se encuentran muy de vez en cuando. En mi quinta personalidad trato de inmovilizar el paso del tiempo con discos y ropas, pero solo consigo parecerme a un anciano extravagante de la corte del Rey Sol.

El viejo verde
En el Bravo Nuevo Mundo de los cuarentones, la posibilidad de que una veinteañera mollar cruce miradas con nosotros es más remota que la resurrección de la carne o la posibilidad de encontrar una canción memorable de Radiohead.

Los festivales
No, un Festival no es, como decía una equivocadísima reseña de revista musical, "solo música". Nunca es solo música, ni para lo bueno ni para lo malo; son muchas otras cosas. Para el que esto escribe, por ejemplo, la música es una de las razones prioritarias para no saltarse la tapa de los sesos mañana mismo. Una razón incontestable de que estar vivo en el planeta tiene algún sentido; esas canciones. Por eso cuando las veo usadas de mala manera, plantificadas y espachurradas de manera circense y megalomaníaca a precios descabellados, por puro afán de lucro empresarial y en un entorno de mazmorra, me pongo de bastante mal humor. Porque no debería ser así, y la experiencia de ver a un gran grupo pop en directo debería ser algo inolvidable, hermoso, único y casi místico. En lugar de ello, tenemos  esto: ese batiburrillo obsceno, indigesto y rococó, los fastos imperiales de cuatro corporaciones que han descubierto una nueva manera de canjear nuestras pasiones y transformarlas en monises.

Los pedetes
Con alcohol de por medio las fronteras se diluyen y las verdades aparecen, así como los más fantásticos embustes. Y no hay forma de distinguir entre uno y otro. ¿No es maravilloso? Es la vida como constante cuento, como literatura humorística, como delirante narrativa improvisada con lenguas de cemento.

La nostalgia
Aunque uno se obstine en luchar contra ella, la nostalgia siempre gana. (...) Ah, la nostalgia. Qué montón de basura, pero cuánto engancha.

Twitter
El desventurado que manosea un iPhone para twitear gedeonadas mientras algo hermoso sucede a su alrededor está demasiado ocupado texteando para gozarlo de veras. ¿De qué sirve registrar que estuviste allí, si resulta que en realidad no estabas allí, porque estabas enviando 140 caracteres de puro detrito mental (o su equivalente fotográfico) a 2.000 amigos que no lo son de veras? Dios mío, todo ello es tan imposiblemente distópico que le da a uno ganas de vomitar violentamente (a poder ser encima de alguien que esté tomando 200 fotos en un concierto pop, bloqueando así mi visión del artista).

El abuelo materno
Mi abuelo materno Josep Romeu era un encargado de la construcción culto, republicano pero a ratos sorprendentemente antidemócrata, cabezabuque y también escaqueado, misántropo y muy quejica, que se parecía horrores a Stewart Granger, que había ido perdiendo paulatinamente a todos sus amigos y que, por consiguiente, creía que el resto de la gente era una auténtica inmundicia.

Una lista de Spotify

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