20/6/16
"(...) Nadie puede prever ni precaverse contra una posible rebelión de su cuerpo bajo la tortura, exigiendo beatamente -bestialmente- de su alma, de su voluntad, de su ideal del Yo, una capitulación sin condiciones: vergonzosa, pero humana, demasiado humana.
Lo que es inhumano, entonces, sobrehumano en cualquier caso, es imponer a su cuerpo una resistencia sin fin al sufrimiento infinito. Imponer a su cuerpo, que tan sólo aspira a la vida, aun desvalorizada, miserable, aun recorrida por recuerdos humillantes, la perspectiva lisa y glacial de la muerte.
La resistencia a la tortura, aunque esté deshecha al final -y cualquiera que sea su duración: horas, días semanas-, está totalmente impregnada de una voluntad inhumana, sobrehumana, más bien, de superación, de trascendencia. Para que posea un sentido, una fecundidad, es necesario postular, en la abominable soledad del suplicio, un más allá del ideal del Nosotros, una historia común que debe prolongarse, reconstruirse, inventarse sin cesar.
La continuidad histórica de la especie, en lo que contiene de humanidad posible, con el signo de la fraternidad: ni más ni menos.
Así, cuando "Tancrède" dejo de hablar, yo sabía todos los métodos de la Gestapo, sabía que prueba me esperaba, pero todavía no imaginaba en virtud de qué aquella experiencia podría alcanzarme, podría incluso cambiarme. O destruirme.
Imposible saberlo de antemano. (...)"
Jorge Semprún, "Ejercicios de supervivencia"
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