13/10/19
Siempre ha intuido que los relatos no son inofensivos, y menos aún cuando se entrelazan como en una rebatiña de perros donde todos se disputan a dentelladas los magros huesos de la verdad.
No hay nadie que no se lleve un secreto a la tumba, y no hay mayor gloria para un secreto que morir sin haber sido desvelado. La sinceridad, llevada al fanatismo, solo puede conducir a la destrucción. Y, además, ¿para qué remover ahora el pasado? Las aguas del pasado siempre bajan turbias y, lo que es peor, enturbian también las del presente.
Casi todos los episodios de la infancia son casi siempre una construcción hecha con evocaciones posteriores, con retoques, con supresiones y añadidos, con intercalados imaginarios e incluso oníricos, con secretos intereses espurios, hasta que al fin el adulto sella el relato definitivo del niño que fue, y esa última versión pasa a ser ya tan verdadera, y tan emotivamente verdadera, como si fuese una evidencia.
Todo lo que yo digo sobre la felicidad cabe en tres principios, a cuál más simple: vivir en el presente, valerte solo de ti mismo para ser feliz, y permanecer impasible ante la adversidad.
La vida se resuelve siempre en fracaso. Siempre, sin excepciones. Porque siempre, al final, todos envejecen, mueren y no cumplen sus sueños.
Casi sin saberlo, sin haber leído aún a los filósofos que serían luego sus maestros, empezó a descubrir los placeres del escepticismo y la dulce gravedad del estoico.
"Y aún en el caso de que, resignados a nuestra suerte, vencido el deseo, consigamos un remanso de paz, de poco nos vale, porque entonces comparece ante nosotros la melancolía y, con ella, el tedio de vivir".
Las relaciones sentimentales, por muy fuertes que sean, siempre tienen algún punto frágil. De pronto hacen crac, y ya está, se rompen para siempre. Es como los flechazos amorosos, pero al revés.
Todos tenemos dentro un montón de palabras que son como fieras enjauladas y hambrientas que están rabiando por salir a la luz.
La vida era breve, y no merecía la pena atarse a proyectos largos y laboriosos, cuando las pequeñas tareas diarias ya eran bastante para darle algún sentido al tedioso absurdo de existir.
Todos cuantos se sienten fracasados por no cumplir sus sueños es porque antes no tomaron la precaución elemental de no dejarse embaucar por los sueños.
El verdadero amor nunca acaba bien, porque su realidad no es de este mundo.
Todo cuanto se dice queda ya dicho para siempre.
Lo que el olvido destruye, a veces la memoria lo va reconstruyendo y acrecentando con noticias aportadas por la imaginación y la nostalgia, de modo que entonces se da la paradoja de que, cuanto mayor es el olvido, más rico y detallado es también el recuerdo.
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