19/1/20
Puntilloso para todo, era el único pavo que he conocido que cuando citaba una película en un mail se tomaba la molestia de escribir el título en cursiva. De ahí en adelante, y en materia de rigores, todo para arriba.
Lo bueno no era que con tantas horas por delante pudiera hacer lo que le saliera de los cojones. Lo bueno era que no paraban de salirle cosas de los cojones todo el día. Sin esta fase 2, el pobre canelo que solo reúna la 1 acabará colgándose por el cuello tras el primer trimestre, ahogado por la frustración de haber esperado siempre a que llegue el tiempo para sí y encontrándose con la olla de cagarros especiados que se va a comer cuando mire el reloj y sea todavía por la mañana (les ocurre a muchos jubilados).
Nada de su plena tranquilidad tenía que ver con las personas, sino con la ausencia de ellas.
La cosa era vivir arrinconado, sin más palabras ni pautas que las propias. Todas las deudas son con la gente. No hay gente, no hay deudas. Solo las que tiene uno consigo mismo. Y ese deudor no se escapará.
No hay mejor avalista para la saciedad que la desnecesidad, palabra que tuvo que inventarse para denominar la falta de hambres en la que cada vez estaba más asentado. A eso opositaba: al cortocircuito de los menesteres. Entre ellos, el sexual.
Los tanques en los que venían en convoy no pequeño diríanse antes adquiridos con el dividendo del pelotazo, la recalificación o el trafullo en la suspensión de pagos que con las rentas del talento. Les tiraba la ostentación, esa forma que tienen los advenedizos y los acomplejados de expresar su confusa relación con su dinero.
El miedo al silencio es de gente acobardada ante sí misma.
Llamaban "cariño" a todo el mundo, marca de quien ofrece un afecto devaluado por exceso de oferta verbal. Hablaban muy adscritos a fórmulas predeterminadas. "Recargar las pilas", "planes con niños", "escapada", tufihuelas así. Decían "divina de la muerte", "momentazo", paquetillos verbales a base de fraseo prestado, botes de caca semántica consensuada que se recambia década a década, pero constituyendo siempre la señal oral del lerdo.
Estaba la cuñada chorraboba que se las daba de independiente porque salía a pasear sola. Volvía siempre con una foto de ella ante el paraje deshabitado, que enseñaba a todos. La titulaba con variaciones del lema DESCONECTANDO DEL MUNDO y la colgaba en Internet. Con lo que se conectaba a millones de mundianos. Menudeaban mucho entre los mochufas estas incongruencias de desvaídos colegiados.
Ser católico para no cumplir, profesar la fe de Roma y vivir en pecado mortal. Era una de estas incoherencias en lo trascendente de las que se nutre el chapapote de imbecilidad destilada en el que uno tiene la impresión de navegar cuando se cruza con los apostólicos de boquilla.
Minucias del trato como no recibir el "gracias" de un viandante a quien cedió el paso, o la expresión agria del pastelero de abajo de casa, que nunca llevó en la jeta el dulzor de sus recetas, le parecían desaires y desafíos causantes de mosqueos de varias horas.
Lo imagino mirando la lluvia, pensando en que esa será el agua a la que la gente se refiera cuando, dentro de mucho tiempo, alguien diga lo de "ya ha llovido desde entonces".
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