16/5/20
‘El enemigo más difícil de vencer es aquel que miras todos los días frente al espejo’.
G. Arriaga
Quiero escribir y no se me ocurre nada.
Soy consciente de que es complicado estar especialmente contento en soledad, la cual más bien propende a la melancolía y la aflicción. Pero vivo solo desde hace años así que esta coronarreclusión no debería afectarme especialmente. Ni siquiera la eventual extinción del papel higiénico. Soy más de bidé.
Pero lo hace. Una suerte de agujero negro me envuelve sutil, pero inexorable, atrayéndome hacia él.
Serán los nervios de esos vecinos que ahora parecen uña y carne cuando antes ni se saludaban, a quienes inevitablemente oigo hablar sin solución de continuidad del monotema y de lo malo que es el Gobierno -junto al aderezo del paroxismo amplificado de sus púberes en esta neocomunidadcolegio- los que me han provocado este estrés que de alguna manera debo canalizar y expiar.
Y no es fácil. Mirar en derredor no hace sino acrecentar el desasosiego.
Imposible refugiarse en radio o televisión, que hogaño acogen a una pléyade de patanes nimbados de ínfulas que parecen legitimarles para pontificar y largar toda clase de sentencias -ya comunes- a cual más lapidaria, solemne, grandilocuente o soberbia apelando al manido hito antesydespués que vivimos, o al fin de la sociedad tal cual la conocemos y demás segundas y terceras derivadas…
Curiosamente todos dando a cámara, cuando es el caso, con estanterías llenas de libros a sus espaldas en la imagen para remarcar su halo intelectualoide.
Cansado ya de jugar a encender la tele y apostar conmigo mismo cuántos segundos tarda en salir el término ‘coronavirus’ o, menos valorados en mi endógeno pasatiempo, ‘fallecimientos’ y el propio ‘confinamiento’; o también en otra versión del autojuego calcular cuántas veces repiten estas mismas palabras en un minuto, sin pasarse eso sí (algo lo de no pasarse que nunca he comprendido bien desde aquel ‘A jugar’ de Joaquín Prat, pero si lo hacen también en ‘Saber y ganar’ por algo será).
Y también hastiado de leer, escuchar y ver entrevistas preguntando a gentes de todo tipo y condición qué será lo primero que harán, o lo segundo, ‘cuandoestoacabe’… bufffff. Me da por imaginar que quizá realmente no acabe, o precisamente acabe con todo, y me produce el inquietante -o no- efecto de pensar, cada vez que me ducho, cada vez que meo, cada vez que hago la cena, cada vez que hago lo que sea, en fin, que todos llevamos encima de la cabeza un siniestro contador, o más bien descontador, que va indicando las veces que nos quedan para cada cosa…
Definitivamente tengo que ponerme a escribir para liberar oscuros pensamientos y tiznajos que flotan en este ambiente extraño y opresivo.
Escribir algo que pueda no ya gustar a alguien sino sencillamente ser susceptible de ser leído sin sonrojo del lector eventual siempre me ha parecido un bonito reto, y por ello en muchas ocasiones ha sido el típico propósito para principios de año o a vuelta de verano. Además no soy precisamente amante de la telefonía móvil y toda su parafernalia y servidumbre tecnológica esclavizante. Me siento bien mirando la vida -un concierto, un paisaje, una cara- por la vía de mis ojos en vez de a través de una pantalla de cristal líquido, y creo sentirme aliviado sin que suene apenas el avisador del wasap, por no decir que no suena prácticamente nada.
Me autoanimo con el convencimiento de que, muy al contrario que la euforia o la aparente felicidad -siempre engañosa-, la tristeza es firme aliada de la inspiración, acaso tanto más cuanto más aguda es…
Pero no se me ocurre nada.
No hay forma. Y no es que, como en las pelis, tenga la papelera a rebosar de folios estrujados. No. Es que no tengo ni una mínima idea de donde tirar.
Miro mi móvil. Desesperado. Tampoco hay ningún mensaje. Sigue huero, vacío.
Levanto la cabeza y con la mirada perdida me pregunto si realmente el prurito de escribir es por mor de un desafío o un deseo latente, si va mucho más allá del intento de aislarme de la histeria colectiva imperante ya comentada y es sencillamente por intentar alejar la idea de ser incapaz de aceptar no recibir señales ni de conocidos ni de amigos, que quizá he perdido o en el mejor de los casos no merezco; ni tampoco, por alguna de esas causalidades que la serendipia podría deparar de vez en cuando, de la única mujer que en su día importó, pero ya lejana en el tiempo y el espacio, inaccesible, olvidada, imposible… la serendipia definitivamente no confina conmigo. El cero absoluto.
Decididamente mejor no haber parado si no es posible parar también el tiempo. Seguramente de esa forma nunca me hubiera dado cuenta de que quizá haya estado demasiado imbuido en una espiral de vanidad y orgullo, en el oropel de las apariencias banales por méritos sociales o laborales siempre dudosos, y del sinsentido material. No me hubiera dado cuenta de estar verdaderamente solo.
Dicen también los comentaristas sacros que de esto hay que sacar conclusiones que ayuden a mejorar. A la sociedad, al mundo, a uno mismo. No será así. Ni de coña. Al menos en lo que debería ser, que no detallaré para no convertirme en uno de ellos. Desesperanza convencida.
Todo para menos el tiempo. Hasta ahora no he parado y no me he dado cuenta, pero el tiempo es lo único que no para y no perdona. Le dará lo mismo. Así que puede me pare de verdad, puede que el des-contador esté llegando a término, puede que decida no desconfinarme, no volver a salir al escenario mentiroso y al rol que me ha llevado a esto y cuando sea, ya en la normalidad, en la neonormalidad, en la anormalidad o en la paranormalidad, alguien con gracia encuentre mi momia y me describa como un confinado finado, un finado confinado, un con-finado…
Quiero escribir. Sé que solo escribir alejará los fantasmas del abismo.
Pero no se me ocurre nada. x Atreyu
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