21/11/21
Últimamente tengo la sensación de estar
envejeciendo de forma decididamente acelerada. Sin embargo, por las mañanas,
cuando me levanto, el espejo me devuelve la imagen del sujeto, presuntamente
no muy envejecido, de siempre.
«La cuna se balancea sobre el abismo, y el sentido común nos dice que nuestra
existencia no es más que una breve rendija de luz entre dos eternidades de
tinieblas. Aunque ambas son gemelas idénticas, el hombre, por lo general,
contempla el abismo prenatal con más calma que aquel otro hacia el que se
dirige» (Nabokov).
Por la noche, inoportunas, imprevisibles pulsiones eróticas. ¿No habíamos
quedado en que estoy acabado y bien acabado para esos menesteres? ¿Por qué
me siento despreciable, por qué me contradice la naturaleza? No quiero ya saber
nada de todo eso. ¿Por qué persiste el deseo cuando la naturaleza ya está
dictando sentencia?
«De una autobiografía solo podemos fiarnos cuando revela algo vergonzoso. Un
hombre que da buena imagen de sí mismo seguramente está mintiendo» (George
Orwell).
EL DESCREÍDO. No creo que creyendo en lo que hoy no creo consiga algún día
dejar de creer que no creo en nada.
Reflexión deprimente: pasan los años y pesan, envejezco, la vida se contrae
extrañamente, se agota el deseo y la curiosidad, pero persiste la imaginación y
por ello sé que me espera un final horrible dentro de pocos años.
¡Ah, la condición humana! Toda la vida preocupado por tantas cosas, y a la vejez
resulta que lo importante es cagar bien.
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