"Arde este libro" (Fernando Marías). 2.ª parte Subrayadas (135)

19/12/21

Me pregunto qué ocurriría si el pasado ocupara por completo los espacios de nuestra mente y luego, como un conquistador meticuloso, exterminara todo pensamiento sobre el presente o sobre el futuro. Tal vez, bajo esa dictadura, volviera a ser dichoso quien alguna vez lo fue.

Y hoy, cuando camino por San Bernardo y te recuerdo y nos recuerdo, tengo ya, de repente, sesenta y un años. ¿Cuándo se han ido estas décadas, cuatro nada menos, volatilizadas tan aprisa que se podría pensar, si no fuera absurdo, que han corrido más que mi propia vida?

Triste esquina de la vejez, ser testigo lúcido de la muerte de los amantes, saber que ha muerto y por tanto ya no es nada la carne que se unió a nuestra carne para regalarnos un instante de inmortalidad.

Dueños de las calles y dueños de la noche: cuando te sientes así hay que vivirlo en vez de contarlo.
Además, siempre tuvimos aversión a lo convencional, lo que en sí mismo no es ni bueno ni malo. Puede ser ambas cosas, incluso ambas cosas a la vez. Nosotros éramos así y lo fuimos mucho tiempo, yo diría que siempre. Tú lo fuiste hasta morir, yo lo sigo siendo.

Siempre es una gran victoria sobre el mundo el comienzo de un idilio. Los amantes, durante los primeros momentos de la felicidad dorada, extienden una alfombra mágica que increíblemente parece funcionar y desde la cual contemplan con embeleso la ciudad de sus respectivas rutinas puesta ahora a sus pies.

Curioso que, de todas las etapas de la vida, siempre resulte ser la más corta la correspondiente a la felicidad. Contra esa ley no se ha encontrado forma de aplicar amnistías.

Nos juramos sin verbalizarlo, solo con mirarnos, alcanzar juntos la mejor vida del mundo. Y compartirla siempre. Fue mentira, claro, una pobre mentira infantil abandonada a su suerte en la jungla de lo real, pero entonces no podíamos saberlo.

Toda plenitud humana se desplaza hacia su final en el instante mismo de nacer.

Nadie sabe por qué bebe un joven que bebe. Él menos que nadie, aunque persevere.

La verdad contiene muchas virtudes, pero la misericordia no es una de ellas.

Ignoro por qué tantas parejas rotas a las que nada ni nadie obliga a convivir se empeñan en hacerlo. Odiamos el fracaso en cualquiera de sus formas, y una pareja rota lo es siempre, incluso si la ruptura se produjo al poco de haberse establecido el vínculo.

Tiene mucha más lógica divorciarse en Las Vegas, incluso en el primer casino según se salía del juzgado, que cargar entre dos personas incomunicadas entre sí el féretro vacío de lo que una vez pudo ser hermoso.

Hasta que lo viví en carne propia, siempre me pareció incomprensible que las parejas despellejadas por una convivencia desdichada no eligieran separarse. Nada parece más lógico y natural que sacudirse el yugo para respirar libre de nuevo. Y, sin embargo, muchas veces no se hace. En nuestro caso, transcurrieron cinco años, cinco meses y dos días.

Tanto pánico a perder la memoria y la felicidad podría consistir en olvidar.

Lo que pudo haber sido no existe ni existirá y evocarlo es un juego de niños tontos, el regodeo masoquista de quienes en el fondo reniegan de su vida. Lo que pudo ser debería prohibirse como opción de pensamiento, extirparse de toda consideración o cábala de la razón y de los recovecos de la melancolía y de sus afluentes.

La juventud, cuyo fuego lo abrasaba todo. La juventud, cuyo tiempo terminó hace tanto que ya ni siquiera es ceniza de memoria.

Resulta muy fácil llevarse bien con la felicidad que fluye, abrazarla solo por sentirla contra nuestra piel, sin meditar que apenas acontece es ya olvido.

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