Permanentemente Ana Curra A los que leen. Capítulo XXX

10/1/22

A los 16 años clavé en la pared de mi habitación adolescente una foto en blanco y negro de Parálisis Permanente recortada del periódico. Aparte de las canciones y la atmósfera lúgubre de un grupo irrepetible, me fascinaba Eduardo Benavente, su silueta, su actitud, su sobria palidez… y el magnetismo y belleza punk de Ana Curra. Una pareja que para mí significaba una atractiva alternativa juvenil, a pesar de que Eduardo acababa de fallecer.

Con el libro de la periodista zaragozana Sara Morales, "Conversaciones con Ana Curra", he vuelto a poner al día aquella intacta, y ahora acrecentada, fascinación. A ritmo de preguntas y respuestas, en diez sesiones llevadas a cabo hace ahora un año, con Filomena incluida, Ana Curra narra las vivencias que le señalaron los caminos para llegar a ser quien quiso ser.

Sus influencias tempranas son numerosas y variadas, propio de una persona rebosante de inquietud y curiosidad. La estética siniestra e inquietante de los colegios de monjas donde abundaban las hagiografías repletas de milagros y levitaciones de santas; su pueblo, El Escorial, con su telúrico monasterio, o la vidente Amparo luciendo estigmas y llagas, dejando olor a rosas a su paso. Su amplia cultura musical, debida a su formación clásica en el conservatorio, y a los variopintos discos de sus hermanos, a quienes acompañaba a ver conciertos desde muy joven.

La horrible experiencia con su primer novio y el consiguiente primer viaje a Londres junto a su traslado a Madrid para estudiar farmacia supusieron un punto de inflexión en su vida. Ahora comenzaría a forjarse la figura de Ana Curra, a la que esperaba la diversión, la amistad, el amor, el dolor y el vacío, sentimientos que siempre le sirvieron para aprender y reconstruirse.

Ana Curra relata una época frenética y frívola, el paso por diferentes grupos, el trasiego de gente sin ninguna idea de música entre distintas formaciones, el ambiente provocador de la “movida”, el descaro, el ansia de ser feliz y el apoyo fundamental de los bares y salas de conciertos del momento. Ana Curra se emociona, ríe y llora respondiendo a las preguntas de Sara.

Especialmente valiosas son las sesiones dedicadas al nacimiento, vida y desaparición de Alaska y los Pegamoides, Parálisis Permanente o Los Seres Vacíos. Y, sobre todo, las palabras y el amor que derrama sobre los hombres de su vida, Eduardo Benavente, Alberto García-Alix (imprescindibles sus rotundas fotos), El Ángel y César Scappa. Todos ellos abordaron a Ana Curra atrapados por su fuerte magnetismo, a pesar de que ella prefería quedarse siempre en segunda línea, rehuyendo la notoriedad.

Las maravillosas fotografías incluidas en el libro, su estética punk y su tendencia a la oscuridad, las calles en las que vivió, sus músicos predilectos (Siouxsie, Killing Joke, la Velvet, Bowie, Iggy Pop), su discografía, las referencias literarias y cinematográficas, los viajes, los bares, los amigos… Lo que complementa y enriquece una vida. O la magulla, ya que también hay espacio para la pésima relación con la familia de Eduardo Benavente, las malas prácticas de las casas discográficas, las pérdidas o sus años de adicción a la heroína.

Ana Curra renace una y otra vez. Autora de himnos esenciales como “Quiero ser santa”, “Nacidos para dominar” o “Unidos”, colaboradora en La Edad de Oro, profesora de piano, dueña de una trayectoria honesta y coherente con su personalidad y respetada por ello. Aquí está. Requerida y versionada por jóvenes generaciones de músicos, apoyando diversas actividades culturales e inmersa en nuevos proyectos.

Aún conservo esa foto borrosa como una reliquia de aquellos años en los que casi todo estaba por descubrir. Ahora que ya casi todo está descubierto, conservaré y mostraré este libro. Permanentemente. Como un estigma más de mi adolescencia. x Asun No

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