10/6/23
Leo a Bolaño: «Todos tenemos miedo de naufragar. Había perdido algo
y quería morir. Enloqueció López Lobo. Todo sucedía en su mente.» Espero
que el estar ya tan harta de mi estado nostálgico, triste, de este continuo
revivir los momentos más felices contigo —el no querer más este estado—,
sirva para que desaparezca, se agote, se disuelva. Me cuesta estar en esta
casa. He cambiado todo lo que he podido. Pero la casa es nuestra.
¿Quedamos un día para cenar?
Llámame, le digo. Pide otro carajillo y promete llamarme. Le veo salir por
la puerta del bar y pido dos cosas, que me llame y que no me llame. Tengo
cierta atracción por lo que no me conviene.
Leo a Jeanette Winterson: «El pasado es otro país. Podemos visitarlo y
de ahí llevarnos las cosas que necesitamos».
«Curar la herida significa poner fin a una identidad. La herida
curada no es una herida desaparecida, siempre habrá una cicatriz. El perdón
redime el pasado. Desbloquea el futuro.»
Llega mi amante y me invita a cenar. Se queda a dormir. En el desayuno
me dice que el próximo fin de semana no nos veremos, viene ella. ¿Le toca
a ella? Sí. Calcula bien, le digo, no nos vayamos a tropezar un día en la
escalera. Se ríe. Así es, dice. Aprendo que el otro no es mío con una certeza
más real que nunca. Todo aquí y ahora. Así es, repite. Ten cuidado, un día u
otro se va a enterar. No creo, dice. ¿No te preocupa? No.
Quedan unos minutos para embarcar. Leo a Viktor Frankl: «Si no tienes
un objetivo, entras en el vacío existencial.»
En el avión pienso en ti. Sigo sin saber qué hacer. Una parte de mí te
quiere ver, abrazar, y la otra quiere quedarse quieta, no tocar, no mover. El
poso en el lugar del poso. Podría contarte esto, que entendieras esto, pero
por qué, por qué tengo que hacer algo que entiendas. Te has ido tú, te has
ido sin ser cómplice, sin darme explicaciones, sin ningún gesto amoroso.
¿Por qué entonces compartir algo contigo? No puedo. Aún tengo que hacer
mío el tiempo. Así estoy, partida: ningunas ganas de decirte nada y todas las
ganas de abrazarte, de descansar contigo.
Me levanto de la cama para dar una clase. Me ha salido anemia en los
análisis, estoy con fiebre y, además, con esta carta tuya. Leo “Continuidad
de los parques”, explico qué ocurre, qué creen ellos que ocurre. Me lo paso
bien y me doy cuenta de que puedo estar deseando morirme mientras me lo
paso bien, mientras hablo de Cortázar, mientras leo esa continuidad y
cualquier otra.
Vuelvo a casa, preparo un litro de infusión de tomillo, arroz integral, me
tomo el hierro y me duermo pensando de dónde me vienen estas frecuentes
ganas de morirme. Yo no lo sé.
No pongas aquí el
corazón. No lo hagas. Ya sabes lo que hay. Cómo no hacerlo. Cómo estar
sin estar. En la puerta, antes de irse, se lo digo: Esta historia se acabará de
una manera sencilla, natural, yo me enamoraré y se acabará porque esto que
tenemos no es lo que yo quiero. Levanta las cejas, me besa y se va.
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