25/9/23
Conocerse a uno mismo lleva a la sabiduría, sí, pero con escala en la decepción.
La esperanza es lo último que se pierde. Pero también se pierde.
Es curioso que hoy se propugne tener autoestima antes de tener motivos.
El amor es de las pocas empresas donde el fracaso tiene mil explicaciones y el éxito tiene -por contra- algo abiertamente milagroso. En fin, el diablo agita la cola y el misterio pierde misterio, su calle es una calle cualquiera, hacemos espacio para mensajes en el móvil y profanamos los restaurantes donde una vez nos sonreímos ante un rodaballo. Las fotos alegres se guardan en el cajón de la vergüenza y poco a poco nada nos recuerda a ella, hasta que se vuelven indoloros aquella cafetería, aquel portal.
La vida es injusta, también cuando nos favorece.
El ideal es ser un misántropo sin que nadie se entere.
Felicidad, infelicidad: cada una tiene sus sucedáneos; uno de los más viejos de la felicidad es buscar exactamente lo que queremos oír.
No importa que estén cerca o lejos: hay algunos recuerdos a los que no queremos volver por miedo a que se desgasten.
Una de las dichas de la vida es no saber qué piensan de uno los demás: así presuponemos un amor o buena voluntad ajena que nos tranquilizan.
Es lástima grande quedarse a escribir en casa cuando podríamos estar en los Mares del Sur, lamentando no habernos quedado a escribir en casa.
Nunca hay que hablar mal de uno a los demás: se lo creen sin dudarlo.
Para la derecha, la cultura es eso que les gusta a las mujeres de los ricos.
Hacerse mayores: que el viernes deje de ser el día de la ilusión para convertirse en el día del cansancio.
Reencarnación: todo el mundo ha sido odalisca u oficial de Napoleón, nadie cree haber sido un campesino tullido o el tipo que cayó a una zanja o un delator a pequeña escala.
No hay ninguna generación que escape a la ilusión de que el tiempo no pasará por ellos.
En sus "Memorias de ultratumba", Chateaubriand no definía la vida como un camino. Más bien la ve como la ascensión a una cumbre nevada: cuando llegamos al final de la escalada, podemos volver la vista atrás y ver a la perfección el punto en el que se extraviaron nuestros pasos. Es una intuición melancólica para la propia existencia.
Séneca recomienda a Lucilio no hacer alarde de vida retirada, pero hay un sutil placer inagotable en no ver a nadie nunca.
Que su odio no te extrañe: siempre te tienen más odio del amor que te tenían.
Ojalá nos juzgaran por lo que hemos perdido.
Son tantas las calles y portales que duelen, los restaurantes a los que no volvemos porque fuimos felices o a los que volvemos porque en efecto lo fuimos. A veces no queremos profanar un recuerdo; a veces nos da miedo que el recuerdo nos raje el corazón.
Nuestro mundo solo mira atrás como ironía, nunca como homenaje.
Hoy me han conminado a casarme. Lo ha hecho un reputado adúltero.
Ningún género más insoportable que el de los sueños ajenos.
Es muy difícil no creerse que uno, solo por ser más joven, también era más feliz.
Gracias a Facebook, Roberto Carlos se arrepiente ya de su millón de amigos.
"No me molesta que me cuente su vida, solo que se ahorre la parte de la autocrítica".
De más joven, escribí que nada resulta más incomprensible que la pasión ajena. Debo de ser más misántropo hoy: nada resulta más desagradable.
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