12/12/23
Siempre está bien tener un vicio, para tener la ilusión de poder dejarlo.
Resulta increíble cómo dos personas que han estado frecuentando los mismos lugares, de un modo orgánico y no premeditado, no vuelven a verse nunca más.
No la odia, pero no tiene nada que decirle. Le parece lo más natural haber vuelto al estado original: el de ser dos perfectos desconocidos.
Pasearon entre el olor a tierra mojada y se besaron, y se besaban tan bien y tan a gusto que parecía imposible que algo pudiera salir mal, aunque era evidente que todo podía salir mal.
"...Y yo googleé la canción, que decía: "Ir por ahí como en un film de Eric Rohmer sin esperar que algo pase / amar la trama más que el desenlace".
Yo no creo en la pareja, pero creo en ella. Ella cree en la pareja, pero no cree en mí.
Escúchame bien, Noelia: me tienes que mentir cuando nos encontremos. Me tienes que decir que tienes marido y tres hijos y una casa en la playa. No dejes nada al azar, por los dioses te lo pido, y dime que no eres ya todas las posibilidades que yo te inventé. No servirá de mucho. Pero dímelo, Noelia. Pónmelo fácil.
Pienso en cómo lo voy a obligar a comer pechuga de pavo a la plancha y lechuga sin aliñar. En cómo voy a sacar el whisky de casa. En cómo me va a decir que una vida sin whisky no le merece la pena. En cómo le voy a responder lo que no merece la pena es una vida sin vida.
El miedo al amor es como el miedo a los gatos. A la sibilina imprecisión
del silencio, a la felina predisposición al capricho. El miedo a que se te suban encima de repente, sin avisar, las pisadas mitigadas por la almohadilla suave de sus
patas. A que se te acerquen, se te instalen, te acaricien, ronroneen y
entonces, cuando ya te hayas acostumbrado a su calor y su
forma, sin dar explicación alguna, se vayan. Es el miedo
a que te desdeñen, a que te ignoren, a que parezcan mullidos
y saquen las zarpas, a que parezcan mininos y te bufen. Es el
miedo a la inconstancia, a la incoherencia, al gesto repentino.
Ahora está mimoso y de repente no. Ahora quiere estar contigo y de repente
salta. Pero también es el miedo a la invasión, a la incomprensión.
A compartir el espacio con otro mamifero, a que
le duela algo y no poder comprender qué. El miedo a la reacción propia
ante la compañía ajena, el miedo a que el sofá y la cama y la bañera se llenen de pelos, el miedo a que te miren fijamente con esos ojos felinos como si supieran algo de ti que tú no sabes. Pero qué es el amor sino descubrirse a uno mismo ante la compañía ajena, que te miren fijamente como si supieran algo de ti que tú no sabes, que el sofá y la cama y la bañera estén llenos de pelos.
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