6/12/23
Las discográficas se dejaban muchísima pasta en fichar a un puñado de grupos, con la única finalidad de
arrojarlos contra la pared como si fueran mierda de perro mojada y
esperar a ver cuáles se quedaban pegados a ella y cuáles se deslizaban
hacia el suelo, se perdían de vista y acababan por caer en el olvido.
Siempre había tenido la habilidad innata de mantener las
distancias con la gente, siempre había tenido talento para dejar libre
el asiento contiguo al mío en un autobús urbano lleno hasta la bandera
donde solo quedaba sitio de pie. Había llegado a perfeccionar un
rostro oscuro e impasible, un semblante que decía: «Aléjate o saldrás
malparado». Por ese motivo, en el instituto, el novio de mi hermana,
que era una estrella del baloncesto, me había apodado «Tiburón».
Proyectaba la sensación de ser alguien con quien era mejor no meterse,
y hacía pleno uso de aquella táctica cada vez que sentía que el consumo
de drogas se veía amenazado. La heroína debía ser preservada a
toda costa. No había ninguna posibilidad de que nadie me hiciera parar
ahora que había encontrado el único y verdadero amor, la única
tranquilidad de la que había disfrutado en mi vida.
Había leído en alguna parte que "Astral weeks" de Van Morrison
se había grabado en cuatro días, y yo, inicialmente, había planeado
hacer lo mismo. Tres años después, mi deseada obra maestra
seguía inacabada y ya me había pulido la mayor parte del cuantioso
anticipo. No en drogas, por increíble que parezca, sino en el propio
disco. Estaba obsesionado con hacer un clásico, un disco único, diferente
a todo lo demás, algo que me definiera como artista, una obra
de arte verdaderamente grandiosa y que funcionara por sí misma,
como los discos que tanto adoraba.
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