5/5/07

Yo pensaba que esos rumores serían falsos y que, en el hipotético caso de que fueran ciertos, Lila trabajaría en un salón de belleza de esos para peces gordos y tiburones ricos, con precios inasequibles a nuestras pírricas cuentas bancarias. Leo, en cambio, pensaba que los rumores perfectamente podían ser ciertos.
La labor de investigación no fue excesivamente ardua, y a los veinte días ya teníamos una cita y una dirección. Cuando llegué al cochambroso portal mis peores presagios se iban tornando reales, y cuando abrí la puerta de la habitación que me correspondía se confirmaron del todo. Lila entró un minuto después con una extraña expresión de felicidad. No me reconoció, y yo a ella a duras penas.
Pagué las dos apuestas que perdí: a Leo la suya, y a Lila, aunque obvié identificarme y recordársela, la que jugando hicimos por escrito cuando estuvimos juntos y en la que le vaticiné que triunfaría en la vida como actriz, modelo o secretaria de dirección. Rubén Aliaga
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