Crossings Encuentros (10)

9/11/07



Había sido un día largo. De esos en los que llega un momento en que la corbata te empieza a ahogar: jornada ordinaria, comida de trabajo, reunión, el inevitable “brain storming”…pero a pesar de todo no supo al final decir que no cuando le propusieron tomar una copa antes de irse, por fin, a casa.

El local, eso sí, valía la pena: pegado al mar, extraordinarias vistas, decoración a la última y personal joven y atractivo. Todo ello hacía más fácil la tarea de abstraerse de la anodina conversación de sus insulsos acompañantes, que, monocordes, discutían sobre las dificultades de conseguir los próximos objetivos cuatrimestrales.

No tardó en fijarse en una pareja ubicada cerca de ellos. Apenas sobrepasarían los veinte y trató de adivinar de qué estarían hablando. Seguramente andarían, pensó, en la Universidad, llevarían poco tiempo saliendo y fantasearían sobre un futuro lleno de posibilidades. Les envidió. Observó los vasos vacíos y coligió que llevarían toda la tarde disfrutando del lugar con una sola consumición. Por un instante se vio a sí mismo unos cuantos años atrás encarnado en el chaval, con sus viejos vaqueros, su camiseta favorita y esa expresión en el rostro del que lo tiene todo por delante. Recordó cómo él también había vivido esa misma situación y dibujó una sonrisa melancólica cuando pensó en cuántas cosas cambiaría si fuera posible retornar a ese momento otra vez, en la conveniencia o no de sacrificios hechos en aras de objetivos devenidos dudosos con la perspectiva del tiempo. Ahí estaban, ajenos a preocupaciones, libres, felices dentro de su pequeño universo y absolutamente indiferentes ante la complejidad de la vida que se les avecinaba.

Uno de sus compañeros le sacó de su ensimismamiento interrogándole sobre sus impresiones acerca del nuevo plan estratégico de su empresa. Se volvió hacia él mirándolo como si fuera un extraterrestre y, un momento antes de pedirle que le repitiera, por favor, la pregunta, cruzó una intensa y fugaz mirada con el joven de la mesa de enfrente.

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Le llamó la atención en cuanto lo vio entrar en el garito. Parecía distante de sus compañeros. Seguramente tendría una alta responsabilidad y andaría dándole vueltas a complicados asuntos. Algún día quería ser como él: un buen traje, un aspecto todavía jovial, un curro para presumir, acudir a reuniones y seminarios, viajar y, con aire triunfador, llegar a locales de moda pudiendo permitirse pagar todas las copas que le apetecieran. No como él y su chica, apurando su café y su cerveza varias horas esquivando las miradas de reconvención que, de vez en cuando, les dirigían los camatas.

No era plan. Había llegado el momento de tomar decisiones, y a partir de ese momento dedicaría más tiempo a estudiar con el objeto de obtener un expediente impoluto, aunque tuviese que dejar de lado el pseudogrupo musical que había creado con sus amigos, el club de montaña con el que salía muchos fines de semana y también ese relato que poco a poco iba cobrando vida propia y se estaba convirtiendo en su pequeña novela.

Fijó de nuevo su mirada en el hombre del traje, que, serio –interesante, corrigió- perdía su vista en el lejano horizonte marino. Sí. Estaba decidido. En unos años él estaría en esa posición….Fue entonces cuando el ejecutivo, de repente, movió su cabeza y encontró sus ojos. Apenas fue un segundo pero tuvo la impresión de que la profundidad de esa mirada le gritaba algo silenciosamente. Un instante después el yuppie se volvía hacia uno de sus acólitos y él, imbuido de una extraña euforia, retomaba la conversación con su pareja. Quizá pidiera otra cerveza. x Atreyu

1 comentario

Anónimo ha dicho...

Todo aquel que no ha sentido en algún momento de su vida que hubiera cambiado alguna parte de ella, que hubiese tomado otra dirección alguna vez, o no está vivo o es un mentiroso.
Todos somos un poco los dos personajes del relato, y quizá los sigamos siendo