Naringología Listas inservibles (24)

10/9/10

Vaya esta lista como modesto homenaje al sentido del olfato, siempre a la sombra –seguramente de forma justificada- de sus altivos hermanos vista y oído. El primero de estos últimos ejerce sus labores de apoyo a la remembranza mediante los sólidos argumentos que suponen las consabidas fotos, vídeos y demás tecnología diversa; el segundo lo hace en forma de infinitas melodías que te trasladan sutilmente a otros hitos en el tiempo relacionados con las mismas. Desde estas líneas quisiera reivindicar, empero, el poderío del olfato para situarte, al aspirar cierto olor, cierto aroma, cierto perfume, de manera casi instantánea, brutal e inexorable en otro lugar, en otro tiempo, en otra compañía, en otra vida. Como si en un momento te esnifaras a tu abuelo, a tu amigo del colegio, a tu ex, al idiota que te partió el labio, o aquella noche tan especial, aquel momento que sabes no se repetirá…y de un modo tan vívido y nítido, que las fotos y los discos quedan ridículamente empequeñecidos.
He aquí un pequeño compendio, como siempre abierto y únicamente muestral -abstrayéndonos de preguntarnos a qué huelen las nubes o de acordarnos de cosas como el césped recién cortado-, de olores que parecen permanecer constantes a lo largo del tiempo y que seguro casi todos conoceremos. Otra cosa, por supuesto, sería la colección paralela de efluvios, subjetiva e inconfensable, que cada uno pudiéramos confeccionar, llena de intimidades que abarcarían facetas de toda índole y condición. x Atreyu

1.- LA GOMA DE BORRAR MILÁN
A ver quién es el guapo que dice que no se ha llevado a las napias alguna vez aquella goma de borrar blanca con las letras impresas en azul sobre la misma. Pero si es que daban ganas de hincarle el diente y comérsela como una golosina más, con ese suave y envolvente olorcillo a nata recién hecha. El caso es que no sé qué componente le conferiría ese aroma tan característico pero doy fe que las de ahora –siguen existiendo-son completamente asépticas e inodoras. Una sosada, vaya. Pero bueno, como estamos en esta época del estado ultramegaprotector, no sería de extrañar que hubieran quitado el susodicho ingrediente por existir una posibilidad entre cien millones de provocar a alguien un estornudo. Quién sabe.

2.- LAS ESCOBILLAS DEL SCALEXTRIC
Siempre que paso por una obra, o por dondequiera que se genere ese dulzón olor a quemado que desprendían las escobillas que arrastraban los coches de aquel juguete clásico llamado ‘Scalextric’, tras un rato de uso incansable, me retrotraigo a aquellas carreras locas que disputábamos de críos con aquellos minicoches que no hacíamos más que devolver y devolver a la pista tras descarrilar una y otra vez, después de pegarte media tarde montando el dichoso circuito.

3.- EL VARÓN DANDY
La siguen vendiendo y en botes de a litros. Por alguna extraña razón –o quizá sencillamente por su modesto coste- esta colonia es la fragancia favorita de los más mayores, y aunque lentamente se vaya reduciendo esta tendencia, mi abuelo no escapó a la misma y es quien se me mete dentro cada vez que por la calle alguien que la lleva pasa por mi derredor.

4.- LA CREMA AFTER SUN
Léase además así, after-sun (no aftasan), como toda la vida. Pues esta crema también mantiene inalterado su perfume, indiferente al paso de los años. Años, pretéritos, presentes y futuros, en los que después de siete horas al sol y ponerte como una gamba, tienes que echar mano de la crema milagrosa (la cual, por cierto, tu piel absorbe a una velocidad inusitada) mientras alguien, cerca, te recuerda lo insensato que eres.

5.- EL DENTISTA
Da igual que su piso esté en la planta primera o en la octava del inmueble. Accedes al patio del portal desde la calle y ya te reciben sin dilación los efluvios de los humores anestésicos y demás ungüentos, haciendo las veces del hálito que te anuncia que ya estás en la boca del lobo.

6.- LA TIENDA DE CAMPAÑA CANADIENSE
La canadiense. Aquélla con forma de triángulo equilátero vista de frente, con fondo y ancho de un par de metros y poco y altura de metro setenta o así, sobretoldo encima, con capacidad de lujo para dos personas, aceptable para tres, justilla para cuatro y tétrica (de tetris) para cinco, que éramos los que mayormente nos metíamos. El olor a loneta del interior se mantiene fijo aunque la vuelvas a abrir después de años de desuso, teletransportándote a tiempos de revoltijo de mochilas en el ábside, sonido de lluvia y viento fuera, descubrimiento de objetos insólitos bajo las colchonas….Buenos tiempos.
Desconozco si la siguen fabricando, y en su caso con qué material, pero siempre nos quedarán las compras de segunda mano…

7.- LAS PISCINAS CLIMATIZADAS
Ese cloro anquilosado entre cuatro paredes también da un toque oloroso en el ambiente muy parecido en todos estos lugares y que notas nada más entrar al cubierto recinto, aroma que también perdura en el tiempo, pues pocas diferencias observo hoy en día en mis glándulas olfativas con respecto a mis primeras incursiones acuáticas indoor hace mil años.

8.- EL BOTE DE PELOTAS DE TENIS (O PÁDEL)
Coger el bote nuevo de pelotas, tirar de la anilla, escuchar el subsiguiente pssssssssssss que provoca la salida del aire del cubículo y llevárselo al apéndice nasal es todo uno. Algo que seguro habrán hecho más de una vez los practicantes de cualquiera de estos deportes, con el objeto de gozar de la efímera y agradable emanación del bote recién abierto, que ya no volverá en toda la vida útil de las bolas.

9.- EL LIBRO DE PLÁSTICA DE SEGUNDO DE E.G.B.
Aludo al vetusto libro de tapas grises como paradigma del olor que toca ahora describir. Hablo del aroma de la tinta en un libro, revista o publicación recién impresos. Recuerdo que, por lo que fuera, aquel año el libro correspondiente a la asignatura de Plástica de segundo de E.G.B (Educación General Básica, en el plan de estudios antiguo en el que luego seguía el B.U.P y el C.O.U., como aclaración para los más jovenzanos) no estaba preparado para el inicio del curso, por lo que tuvieron que hacer una edición nueva con urgencia. El olor tan fuerte que despedían la tinta y el papel de aquel flamante y reluciente libro cuando por fin llegó a nuestras manos, nos forzaba a meter las napias una y otra vez, y aspirar hondo, en cualquiera de sus páginas abiertas al azar. Y hasta hoy, cuando periódicamente alguien se queda con cara de haba al sorprenderme con un libro, revista o similar pegado a mi nariz, mientras inhalo con expresión idiotizada.
Desgraciadamente, con la llegada de la era digital y todas sus implicaciones, este peculiar vaporcillo sí tiene las horas contadas, por mucho que puedan –o podamos- patalear los llamados románticos de las letras con argumentos que el tiempo y las nuevas generaciones se encargarán de ir difuminando.

10.- LAS PIJAS DE MI CIUDAD
‘Adoro a las pijas de mi ciudad, su aroma es tan distinto…’
Un pequeño homenaje para acabar a Sergio Algora y La Costa Brava.

2 comentarios:

Fernando López Mateo ha dicho...

Comparto devoción por los halos, estelas y aspiraciones olfativas.
Mi podio de esta lista son el libro de plástica de 2º de EGB, las chicas de mi ciudad (de cualquiera de sus tribus, no sólo pijas) y las gomas de borrar Milán. En el caso contrario, detesto el olor de las piscinas climatizadas.

Añado de mi cosecha el olorcillo del pegamento Imedio (sin afán drogadicto), el del interior de los coches nuevos

Anónimo ha dicho...

Muy buenos la crema y los libros