21/2/22
En el amor, hay que ver qué prisa se da uno por cargarse
de recuerdos comunes: libros, discos, lugares, mots de famille:
como si no fuera precisamente toda esa ganga la que te hace
pagar un elevado precio a la hora de la ruptura. Una vez que
la historia de amor se acaba, esos objetos, sonidos, lugares o
caras que viste u oíste con la otra persona, lo que oliste y palpaste,
te persiguen por todas partes, te asedian y te impiden
levantar cabeza.
Si la reflexión parece una actividad de obligado cumplimiento
en cualquier asunto de la vida, en el fracaso amoroso
resulta inútil y hasta peligrosa: no pensar es una forma de curarse.
Conseguir una hora sin que te asalte la imagen del otro,
sin darle vueltas a cuanto viviste con él, supone todo un éxito.
Me
acuesto, cierro los ojos y, de un humor más bien fúnebre, intento ir acordándome de toda la gente a la que he querido,
de la que, de una u otra forma, he estado enamorado, amores
carnales, pero también platónicos. Intentos de alcanzar o
rozar ese estado al que llamamos amor e intentamos vivir
como plenitud cuando por su naturaleza es mero deshacerse.
«Quien aumenta la sabiduría, aumenta el dolor» (Eclesiastés).
Fin de año con François, en Rouen. Como llueve a mares,
cambiamos pronto las visitas a las joyas góticas de la vieja ciudad
por una colchoneta en una habitación prestada. El objetivo
de cualquier amante es comerse al otro. Estamos en ello.
Walter Benjamin, en Iluminaciones II, pág. 52, dice: «Todo
hombre, el mejor, igual que el más miserable, lleva consigo
un misterió que, de ser conocido, le haría odioso a todos los
demás.»
Cuando la historia se nos revela ante las narices, nos disgusta. El hoy siempre nos parece trivial.
Me gusta verlo de buen humor. A veces,
es fácil conseguirlo. Basta con decirle tres o cuatro despropósitos para hacerle reír. Pero luego se le vienen encima las
dudas, el alcohol mal llevado, la autoconmiseración, y cae
en ese pozo de sufrimiento de corte dostoievskiano, en esa
grieta insondable en la que no cabe nadie más y en la que,
sin embargo, pretende enterrarse con alguien, conmigo.
«Si en este momento habéis oído un silencioso
suspiro, no hagáis caso. Soy yo quien ha suspirado por
la belleza de aquellos tiempos pasados, cuando éramos felices y no lo sabíamos. Ahora ya lo sabemos" ("Toda la belleza del mundo", Seix Barral, pág. 37) dice Seifert.
No se puede
pasar de amante a amigo. Es un esfuerzo inútil y doloroso.
París: un tejado gris con mansardas, un mascarón de
piedra encima del portal, y, en la esquina, un mercadillo en
el que venden flores y quesos perfectamente ordenados bajo
un toldo mojado por la lluvia.
En esa estrategia se unen la vejez y esa cosa que debe ser
tan rara, tan desazonante, que es la maternidad. Qué sentimientos
debe provocar que algo que ha estado dentro de ti,
que ha sido parte de tu cuerpo, se separe y adquiera vida propia,
rasgos propios, autonomía de movimientos, y ambiciones,
pasiones, deseos, alegrías y tristezas que no tienen nada
que ver contigo. Sobre todo, que se te rebele, se levante contra
ti y te discuta y amenace tu forma de ver lo que tus ojos
ven desde antes de que esa bola de carne te saliera de dentro.
Pero si tus ojos fueron los primeros que ese mentecato tuvo.
Debe resultar insoportable.
Miro lo que he perdido
como el poeta dice que se canta lo que se pierde. Pero sé que,
si me hubiera quedado aquí, no sería capaz de mirar este paisaje
como lo miro hoy. La cotidianidad habría emborronado
los recuerdos, o los iluminaría de otra manera, los empastaría
con otra densidad seguramente más gris, por cotidiana. Ahora
este paisaje recuperado se me ofrece casi como un inesperado
regalo cuyo envoltorio se rasga con emoción.
El alzhéimer o la demencia senil, que son enfermedades de la memoria, traen
en quienes están alrededor de quien las sufre un cargamento de recuerdos y sentimientos
del pasado que llega a ser insoportable. Los enfermos se pasan el tiempo caminando entre las
brumas de un pasado indefinido del que, en algunos momentos,
extraen el jugo más amargo. Ese magma de recuerdos
desestructurados los hace sufrir terriblemente, y hace sufrir
a quien los acompaña.
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