"Diarios. A ratos perdidos 1 y 2" (Rafael Chirbes). 1.ª parte Subrayadas (139)

21/2/22

En el amor, hay que ver qué prisa se da uno por cargarse de recuerdos comunes: libros, discos, lugares, mots de famille: como si no fuera precisamente toda esa ganga la que te hace pagar un elevado precio a la hora de la ruptura. Una vez que la historia de amor se acaba, esos objetos, sonidos, lugares o caras que viste u oíste con la otra persona, lo que oliste y palpaste, te persiguen por todas partes, te asedian y te impiden levantar cabeza.

Si la reflexión parece una actividad de obligado cumplimiento en cualquier asunto de la vida, en el fracaso amoroso resulta inútil y hasta peligrosa: no pensar es una forma de curarse. Conseguir una hora sin que te asalte la imagen del otro, sin darle vueltas a cuanto viviste con él, supone todo un éxito.

Me acuesto, cierro los ojos y, de un humor más bien fúnebre, intento ir acordándome de toda la gente a la que he querido, de la que, de una u otra forma, he estado enamorado, amores carnales, pero también platónicos. Intentos de alcanzar o rozar ese estado al que llamamos amor e intentamos vivir como plenitud cuando por su naturaleza es mero deshacerse.

«Quien aumenta la sabiduría, aumenta el dolor» (Eclesiastés).

Fin de año con François, en Rouen. Como llueve a mares, cambiamos pronto las visitas a las joyas góticas de la vieja ciudad por una colchoneta en una habitación prestada. El objetivo de cualquier amante es comerse al otro. Estamos en ello.

Walter Benjamin, en Iluminaciones II, pág. 52, dice: «Todo hombre, el mejor, igual que el más miserable, lleva consigo un misterió que, de ser conocido, le haría odioso a todos los demás.»

Cuando la historia se nos revela ante las narices, nos disgusta. El hoy siempre nos parece trivial.

Me gusta verlo de buen humor. A veces, es fácil conseguirlo. Basta con decirle tres o cuatro despropósitos para hacerle reír. Pero luego se le vienen encima las dudas, el alcohol mal llevado, la autoconmiseración, y cae en ese pozo de sufrimiento de corte dostoievskiano, en esa grieta insondable en la que no cabe nadie más y en la que, sin embargo, pretende enterrarse con alguien, conmigo.

«Si en este momento habéis oído un silencioso suspiro, no hagáis caso. Soy yo quien ha suspirado por la belleza de aquellos tiempos pasados, cuando éramos felices y no lo sabíamos. Ahora ya lo sabemos" ("Toda la belleza del mundo", Seix Barral, pág. 37) dice Seifert.

No se puede pasar de amante a amigo. Es un esfuerzo inútil y doloroso.

París: un tejado gris con mansardas, un mascarón de piedra encima del portal, y, en la esquina, un mercadillo en el que venden flores y quesos perfectamente ordenados bajo un toldo mojado por la lluvia.

En esa estrategia se unen la vejez y esa cosa que debe ser tan rara, tan desazonante, que es la maternidad. Qué sentimientos debe provocar que algo que ha estado dentro de ti, que ha sido parte de tu cuerpo, se separe y adquiera vida propia, rasgos propios, autonomía de movimientos, y ambiciones, pasiones, deseos, alegrías y tristezas que no tienen nada que ver contigo. Sobre todo, que se te rebele, se levante contra ti y te discuta y amenace tu forma de ver lo que tus ojos ven desde antes de que esa bola de carne te saliera de dentro. Pero si tus ojos fueron los primeros que ese mentecato tuvo. Debe resultar insoportable.

Miro lo que he perdido como el poeta dice que se canta lo que se pierde. Pero sé que, si me hubiera quedado aquí, no sería capaz de mirar este paisaje como lo miro hoy. La cotidianidad habría emborronado los recuerdos, o los iluminaría de otra manera, los empastaría con otra densidad seguramente más gris, por cotidiana. Ahora este paisaje recuperado se me ofrece casi como un inesperado regalo cuyo envoltorio se rasga con emoción.

El alzhéimer o la demencia senil, que son enfermedades de la memoria, traen en quienes están alrededor de quien las sufre un cargamento de recuerdos y sentimientos del pasado que llega a ser insoportable. Los enfermos se pasan el tiempo caminando entre las brumas de un pasado indefinido del que, en algunos momentos, extraen el jugo más amargo. Ese magma de recuerdos desestructurados los hace sufrir terriblemente, y hace sufrir a quien los acompaña.

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