6/5/22
Demasiado ocio, me dicen, como si encaramarse a un
nuevo día no fuese una ardua tarea.
Siempre viene bien un fracaso cercano que acompañe al
nuestro.
Así alimentamos nuestra atávica miseria personal, esa
bestia insaciable.
Están las aspiraciones, los sueños inalcanzables, la obra
aún no realizada, y luego está la vida, con su inmensidad
invasora, sus pequeñeces, sus grandezas y miserias, entorpeciéndolo
todo.
El aburrimiento purifica.
En verano me baja la tensión. Como posibles causas dicen
que están el calor y el alcohol. Debería probar un clima
más frío.
Dejarse llevar por el momento, dicen.
Se debe ser flexible, resistente, corno el bambú.
Sí, capto la idea.
Sin embargo, mi naturaleza tiende al tamarindo:
rígido, frágil, indolente, arrugado.
Ya está, al fin sucedió: la vida cotidiana, con su inabarcable
catálogo de menudencias ha ocupado todos los rincones
de mi existencia.
Ser pesimista me lleva todo el día.
Decía Fernando Fernán Gómez que siempre esperaba ansioso
que se suspendiera la función de teatro que tenía
programada.
A mí me pasa lo mismo: media vida peleando por conseguir
viajes, conciertos, exposiciones, para luego soñar con
quedarme en casa.
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