14/11/06
"...Recuerda impulsos frenados, la alegría que sacrificó. Cada oportunidad que perdió se burla ahora de su estúpida prudencia."
(Fragmento de "Un anciano" (1894), de Constantino P. Kavafis.
Ahora que iba a recibir ese estúpido premio, William pensaba, no sin cierta amargura, que cincuenta de sus ochenta y cinco años no habían servido para nada. Puro éter en una mente que de puro inquieta sólo cosechaba esa pesadumbre que da la conciencia del tiempo perdido, siempre en espera de algo mejor, algo que le removiera por dentro y le hiciera encontrar más veces ese sabor breve pero infinito llamado felicidad.
Dejó de buscarla, se dejó llevar. Se dejó atrapar tácitamente por su trabajo inerte y aburrido, por sus relaciones siempre adulteradas a causa del recuerdo o del miedo a agonizar en su propio hastío, por su propia autocomplacencia de ser inadaptado y casi siempre discrepante de la gente que le rodeaba. Cuánto tiempo desperdiciado, pensaba, en situaciones que le llevaban en volandas por ríos que nunca provocaban inundaciones, cuántos estímulos atados por su propia parálisis vital. Piensa en tantas cosas, y tantas descorazonadoras, que sólo quiere bajarse del coche y volver a casa, a su cama, para intentar dormir y alejarse así de tanta devastadora tristeza.
Pero esta vez no puede, en breves momentos recibirá ese fútil reconocimiento a una vida que se supone brillante y que nadie adivina inane. "El verdadero riesgo es no arriesgar" leyó William una vez. Ahora ya sólo acierta a preguntarse qué haría si volviera a nacer, y en su aletargada aflicción ni siquiera es capaz de asegurarse a sí mismo que si retrocediera en el tiempo haría todo aquello que sus entrañas le empujaron a hacer y no se atrevió. Fernando SoYoung, 2003
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