Yo cambié la historia del Festival de Benicásim

5/1/19

Me debes un verano...
Second
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Desde que este proyecto comenzara a ver la luz, hace unos cuantos años ya, inicialmente con soporte material en forma de fanzine delicatessen y devenido ahora en este moderno blog, el abajofirmante ha tenido la gran oportunidad de participar y la fortuna de compartir un espacio único para recreo y solaz mentales.

Con absoluta libertad y mejor o peor suerte, la contribución ha sido surtida y variopinta: desde firmar crónicas de conciertos o relatos cortos de ficción, ‘cascarrabiadas’ varias y listas inservibles, a traducciones de entrevistas al inglés, pasando por emocionadas y vehementes semblanzas de grupos y lugares comunes y vitalmente emblemáticos, eventuales guiones de historietas animadas...en fin, una afortunada pléyade de incursiones.

Y precisamente en relación con la mencionada tarea de ‘escritor’ (recalco las comillas) de relatos cortos, uno, por lo que sea, siempre ha estado bajo la eterna sospecha de escribir en primera persona (con independencia de que el texto haya sido formalmente así o en tercera). Vale que es entendible que cuando te lee gente que te conoce de toda la vida, puede ser inevitable que encuentren –o crean encontrar- puntos comunes en tus escritos e identificarte, con más o menos gratuidad, con lo que escribes. Pero es muy curioso; ya presentes a un protagonista gay, hables en clave de un enfermo alcohólico, de infieles crónicos, de un jefe amargado y déspota, de una mente atormentada, o de cualquier otra sujeción, el caso es que indefectiblemente eres tú...

No voy a negar que efectivamente casi siempre los gérmenes de un relato surgen de algo que te viene a la cabeza, más o menos tontorrón, y te identificas o no, y a partir de ahí tiras, en función de lo que procesas y de que el producto te parezca de alguna manera digno (las musas son para otra división), pero de ahí a ser todos tus personajes va un trecho…

Ha sido sistemáticamente un estigma del que huir, o cuando menos cansinamente tener que aclarar, cuando no justificar. Por ello, me congratulo ahora de tener la oportunidad de resarcirme de alguna manera e invitar a leer un relato abiertamente, y sin ambages, basado en vivencias reales propias -surgido de una chispa graciosa en conversación reciente y nocturna con gente del blog- lógicamente muy lejos de la petulancia o pomposidad que puede sugerir la contundencia del título, y muy cerca de la sorna, la jocosidad, la chanza y la risa, la broma en definitiva, sin olvidar, como digo, la rigurosa y total veracidad de los hechos relatados:



YO CAMBIÉ LA HISTORIA DEL FESTIVAL DE BENICÁSIM

Quizá todo fuera demasiado rápido, visto con cierta perspectiva temporal.

El tema se concibe en la entraña de lo que era la recreación de la quintaesencia de la definición de lo que se entendía por un fanzine: una publicación artesana y límpida, trasunto empírico del actual blog que el amable lector ahora degusta, seguramente con delectación.

Pasión, esmero, delicadeza, talento por arrobas en cada firma y colaboración. Seda en cada artículo, crónica, semblanza, entrevista o tira cómica.

Grupos de música venerados, lugares de culto, fotos, secciones inolvidables, personajes y reportajes de la subcultura en estado puro, inocencia juvenil y genialidad a partes iguales jalonaban un espacio donde la parte dedicada a la reseña anual del FIB era de obligada y reverencial referencia, con especial cuidado y detalle, fruto ya no de una ineludible cita anual para el entorno sino de un hito anhelado y marcado a fuego en el calendario, reflejo de gustos y filias hasta un límite difícil de soñar tan al alcance de la mano.

Dedicar, como digo, un generoso espacio del fanzine a glosar las vicisitudes anuales del FIB no sólo no era sacrificio sino que podía considerarse un auténtico leit-motiv para la publicación. Si además, ello te era considerado, valorado y tomado en cuenta por la organización para acreditarte como ‘periodista’ para una futura edición, ya era lo más.

Y el caso es que, en el año 2000, era así. De otra manera entiendo que no nos lo hubiéramos ni planteado. Pero había indicios y nada que perder…
- Nos vamos a Benicásim.
La llamada era del alma y superintendente del fanzine recordado, y hogaño de este blog. Lejano en el espacio y laboralmente abducido, en principio no di crédito.
- Qué dices.
- Que sí, que sí, que el FIB ha aceptado la solicitud de acreditación y nos vamos a cubrir el evento.
Oasis, Placebo, Primal Scream, Elastica, Richard Ashcroft, Sexy Sadie… No me lo podía creer. Redactor y fotógrafo. Dos acreditaciones. Increíble, pero así era.

   

El caso es que habíamos conseguido dos acreditaciones. Ni pensamos en los roles que acompañaban a cada una que teóricamente habría que justificar y, en su caso, desempeñar. Lo importante estaba conseguido… La ilusión cegaba todo. Era imposible ver más allá de la perspectiva de disfrutar del evento desde un punto de vista privilegiado, no ser como la ‘chusma’, adjetivo con el que convinimos describir, desde el cariño, la guasa y la conciencia de que es nuestro sitio habitual, al público en general.

Backstage, glamour, famoseo, starlettes, lugar específico y restringido para la holganza y el esparcimiento, y sí, importante, ‘alpiste’ (bebida) gratis para la prensa acreditada, aunque sólo fuera cerveza…

¿Quién podía pensar en nada más? Nosotros, desde luego, no. De hecho, si a poco tiempo de emprender viaje hacia el festival no hubiera reparado en la cámara desechable de fotos que regalaban con dos botellas de JB, que era lo que lógicamente buscaba, ni me hubiera acordado de que tenía, sobre el papel, que hacer reportaje gráfico. Trampa del fatum, además, para alguien como yo, al que le gustan las fotos, pero las fotos rotas (me remito, con permiso, a la hemeroteca de la casa…). Es una señal. Un guiño del destino, me dije, convencido. Y ahí que llegué al FIB acreditado como fotógrafo con una cámara de plástico con motivos y logo de JB.
 - Coño, buena idea.
 El súper, que tampoco recordaba ‘el detalle’, aplaudió la iniciativa mientras nos preparábamos los primeros combinados para entrar en calorcillo.

Pero faltaba la prueba de fuego. O sea, entrar acreditados como tal habíamos sido considerados. Conseguir la acreditación material en el control de acceso no fue problema. De mi cuello pendía, ufano y radiante, el salvoconducto que me diferenciaba de la chusma. Y así llegamos, como si no hubiera un mañana, hasta la zona restringida, a la que ‘pertenecíamos’ de pleno derecho hasta que me decidí a ejercer mi ídem.

No me arranqué con Ian Brown pero Oasis era mucho Oasis. Lo sigue siendo ahora como para no serlo en verano de 2000… Así que algo achispadete –por así decirlo- y con el respaldo de mi colgante tomé posiciones a la entrada del foso de fotógrafos… Se me bajó el pedo ipso facto. Tipos con unas cámaras del copón me precedían en la fila. Pero no sólo camaracas, sino recambios como si fueran a cubrir un nuevo Vietnam…

En las primeras filas del público la peña se empezaba a enervar, las luces del escenario se apagaban, y, por fin, los seguratas nos dieron paso al foso…

Tragué saliva. ¿Qué hacer?. ¿Enseñar la desechable de JB como si tal cosa al lado de las Nikon o lo que fuera que llevaban los de verdad?...No. Contrito por dentro pero con cabeza alta y todo digno apreté el paso cuando me tocó el turno, sacando el pecho que sujetaba mi acreditación como fotógrafo… pero ninguna cámara. No coló. Fue un error. El controlador, que esperaba sin duda verme algo colgando (aunque fuera una Werlisa), me paró en seco. Me miró la acreditación, más tiempo del normal. - Pero, ¿y su cámara?

No quedaba otra. Y así lo hice. Metí mi mano en uno de los bolsillos del pantalón tipo coronel tapioca (que no coronel tapioca real) y saqué la cámara. O lo que fuera aquello. El caso es que tras dos segundos, eternos, al tipo no le quedó otra que dejarme pasar. Vi, en todo caso, cómo tomaba nota de alguna manera…

Lo siguiente para mí fue debatirme entre estar un poco avergonzado entre profesionales ‘de verdad’ o disfrutar del momento con los Gallagher un metro por encima de mí.

No decidí yo. Lo hizo una fan encima de los hombros de su pareja (o no), que, sin cortarse un pelo, intentaba citar a Liam para después del concierto. Genial, nadie se da cuenta de que estaba ahí  ‘de extranjis’.

La turba estaba a lo que estaba, más en primera fila, no a ver si los fotógrafos tenían cámara. Aun así, disimulaba de vez en cuando sacando el engendro y disparando, siendo plenamente consciente de que no funcionaba sin el flash, que por supuesto no tenía.… Valía la pena, desde luego. Elastica, Johnny Marr, Nada Surf, Autour de Lucie, Doves. Esperanza cero de volverlos a ver en un foso. Brutal.

Y así, tal que así, discurrió todo el festival en relación con la corresponsalía gráfica.

El verano siguiente volvimos a Benicásim y su festival. Sin acreditación. Había sido todo demasiado bonito como para ser duradero. Lo intentamos pero ya no pudo ser. Ya no coló.

Tuve tiempo, sin embargo, para acercarme al foso de fotógrafos y constatar que nadie pasaba, tras un exhaustivo control, sin tener una cámara medianamente seria. Cámaras que, seguramente hicieran fotos tan brillantes y luminosas, como impersonales y neutras. Nada que ver con lo que las entrañas de aquella cámara desechable de Justerini and Brooks dejaron guardado en su día sin más testigos que ella y la posteridad…    

Tiempo para colegir, sin margen para la duda, y sin arrogarse mayores méritos, que uno, siquiera involuntariamente, cambió de alguna manera la historia del Festival Internacional de música independiente de Benicásim. x Atreyu

   

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