Rompepistas

15/4/09

"Rompepistas", de Kiko Amat.
Editorial Anagrama, 2009.



Soy un mal lector. Inconstante, incongruente, intransigente, inconsistente. Por eso, la voracidad con la que he deglutido "Rompepistas", la tercera novela de Kiko Amat, me ha dejado a mí mismo impertérrito e incrédulo. Zis zas, lo que con otros es un verano con "Rompepistas" han sido tres sentadas.

Había oído y leído cosas acerca de "El día que me vaya no se lo diré a nadie" y "Cosas que hacen BUM", sus dos novelas precedentes, y sobre todo había leído cosas de Amat en Rockdelux. La casualidad quiso que en la librería me topara con éste. Y cuando leí la descripción que del autor se hacía en la contraportada -"escritor accidental, periodista cultural sin carrera, anglófilo militante y apasionado fan del pop"- y su año de nacimiento, tuve un claro pálpito favorable hacia este "Rompepistas¨: como si lo hubiera escrito un amigo, y supiera que me iba a gustar un huevo.

Con una prosa que se engulle como un bistec por un náufrago, con ansia, aceleradamente y con un deleite máximo, la historia del adolescente Rompepistas un mes de junio de 1987 rápidamente es la tuya, con muy distintas coordenadas en las formas pero fondos primos hermanos comunes a cualquiera que recuerde la confusión de su adolescencia. Las formas, cuatro amigos de 17, ratas de alcantarilla atrapadas en un pueblo del extrarradio barcelonés poblado de punks y skins, el lema 'no future' en el alma y la música tatuada en el corazón: Generation X, The Clash, The Jam, The Beat y muchos más.

La novela se balancea entre frases, situaciones y vivencias, propias de la edad, que hacen reír y sonreír todo lo ancho de la boca, ingenio y diversión contagiosa, y el trasfondo de amargura del paulatino y desasosegante ingreso en la edad adulta y los problemas que en ella nada más comenzar ya se acumulan. La historia de un chico punk perdido entre la mierda que a veces es el mundo, y cómo las cosas buenas que te llegan saben doblemente a gloria entonces. Y duele, por cercana, cómo se estruja el corazón al recordarlo el narrador 20 años después. Una época de descubrimiento, casi nunca grato eso sí. El primer amor, la amistad pactada con sangre, las victorias pírricas frente a las numerosas grandes derrotas de la vida. El párrafo final lo dice todo, y cuando lo terminas se incrusta un mazapán en la tráquea.

Un libro magnético, nostálgico, irreverente, mordaz, iniciático, melancólico, gracioso, ensanchacorazones, de asimilación instantánea y, diría incluso, inolvidable. Al menos para mí y, seguramente, para todos aquellos que alguna vez bailaron pogo, pero a conciencia, y que reconozcan que en el paisaje de su memoria aún pululan, no se sabe cómo, los Juegos Reunidos Geyper, Gente Joven y La bola de cristal, el Madelmán, Coyote y Mortadelo, la E.G.B. y el B.U.P., el chupachup Kojak con chicle dentro, el Burmar Flax y las pipas Churruca, los Goonies, las zapatillas J'Hayber, C3PO, el breakdance, el Seat Ronda y los Peta Zetas, y sobre todo, las canciones que te hacían saltar y bailar, que te suben la adrenalina hasta los topes. O sea, cuando, de verdad de la buena, estábamos vivos. x F. Andén

"¿No es eso la adolescencia, después de todo? Un estiramiento inhumano y antinatural y dañino de la niñez. Un disparar los últimos cartuchos antes de ingresar en la vejez. Sólo que algunos cabezotas nos encariñamos con ella y, terminados los cartuchos, cargamos con la bayoneta, y luego, cuando ésta se rompió, fuimos a la carga con la culata, y luego con las manos, y luego con el culo y luego con los dientes. Con lo que hiciera falta. Sin aceptar la derrota, estúpidamente."

1 comentario

the Jau one ha dicho...

échale la culpa al boggie.