Elliott Smith El arca del fanzinefable

23/11/19

Publicado en So Young en mayo de 1999.

La primera vez que vi una imagen de Elliott Smith fue una fotografía en la que aparecía sentado en la terraza de una cafetería tomando un refresco de naranja. Con la tez muy roja, arrugas no precisamente bellas adornando su rostro y un pelo que seguro pasaría las pruebas de selección para ser un buen estropajo scotch-brite, realmente parecía que había pasado un millar de noches durmiendo entre cartones.

La primera vez que escuché las canciones de Elliott Smith me quedé tan perplejo al saborear tanta sensibilidad y bello intimismo como cuando descubrí que tenía solo un año más que yo, que me considero aún (so) young, por cierto.

Su historia conocida parte por mor de una película: “El indomable Will Hunting”. Gus Van Sant le pescó y su canción “Miss Misery” llegó a estar nominada para los todopoderosos y previsibles Oscar. De 1997 hasta hoy, su trayecto musical es impecable y reconocido; de 1997 hacia atrás, su existencia había estado salpicada mayormente de espinas y tristezas.



El primer gran punto de inflexión en la vida de Elliott Smith lo supone el momento en que se traslada de Dallas a Portland para vivir con su padre. Tiene sólo catorce años pero ya empieza a escribir con asiduidad. Ya inmerso de lleno en la adultez, y a pesar de tener como principal álbum de cabecera el “White Album” de los Beatles (“Nadie puede escapar de la influencia de los Beatles, pero realmente es mi banda favorita, especialmente el álbum blanco y ‘Magical Mistery Tour’”), Elliott se embarca junto a Neil Gust, Sam Coombes -ahora en los excelentes Quasi, que compaginan su actividad propia con la de banda de acompañamiento o teloneros de Smith- y Tony Lash en un proyecto llamado Heatmiser.



Heatmiser fue engullido de lleno por la onda expansiva del fin del grunge, con todos sus postulados sonoros y de temática torturada reflejadas en los tres discos que la banda dio a luz: “Cop And Speeder” (Frontier, 94), “Dead Air” (Frontier, 95) y “Mic City Songs” (Caroline, 96). Contrastando con la dureza de Heatmiser, Elliott mantenía cuantitativamente al nivel creativo del grupo un alto caudal de composición personal que contrastaba fuertemente con el de su banda al ahondar en terrenos de intimidad folkie y acercamiento al pop. Esta doble naturaleza no cuadraba y Elliott veía su futuro claramente en solitario. Tras su primer elepé como tal (“Roman Candle”, Cavity Search 94) se lanza un año después a un tipo de composición más versátil y trabajada, con más énfasis en las guitarras. Esto unido a una seguridad creciente en su voz hacen que su segundo trabajo (“Elliott Smith”, Kill Rock Stars 95) siente las bases de lo que iba a ser ya indudablemente una carrera plagada de riqueza artística y musical.



Estas buenas perspectivas se confirman en 1997 con la primera Gran Obra de Elliott Smith: “Either / Or” (Kill Rock Stars). Si en su anterior etapa en Heatmiser reinaba la confusión de una vida desordenada y bien repleta de todo tipo de excesos, con “Either / Or” se atisba un recogimiento espiritual que sin embargo no deja de penetrar -a veces con dureza, a veces con dulzura- en letras sobre emociones doloridas y profundas heridas sentimentales arrastradas a través de los últimos años, y que en lo musical hielan la sangre con su trémula hermosura y una desnudez sobrecogedora (“Say Yes”, “Between The Bars”), o sonríen conmovedoramente en sus mejores melodías pop hasta la fecha (“Ballad Of Big Nothing”, “Rose Parade”, “Pictures Of Me”).



Tras su nominación a los Oscar, su pase a una multinacional era cuestión de segundos. Dreamworks le ficha y Elliott rompe el mito que dice que las compañías poderosas estropean a los artistas superando -algo que parecía realmente difícil- a su fabuloso disco precedente con “XO” (98), un álbum sensible y cálido ideal para arroparte por la noche antes de dar por concluida otra pequeña -y a menudo triste- porción de vida llamada día.

“XO” llega por la puerta de atrás y en pocas escuchas se apodera de toda la casa merced a su maravillosa orquestación, su pop preciosista, su soleado pero moderado romanticismo y las melodías en pleno esplendor de un artista en una exquisita expansión artística y personal pero que sigue fiel a sus principios de sencillez e intimidad. Su afiliación al pop crece incuestionable y con él la instrumentación se enriquece y, lo más importante, la melancolía cede terreno ante un optimismo entre luminoso y terapéutico. Canciones que tocan algo más, mucho más, que la fibra sensible de los que estamos ya completamente desbordados, entregados y enganchados a Elliott Smith: la caricia acústica de “Pitseleh” y “Oh Well, Okay”; la nostalgia emotiva del piano de “Waltz #2 (XO)”; las irresistibles armonías de “I Didn’t Understand” e “Independence Day”; el frágil recogimiento de “Sweet Adeline” y “Tomorrow Tomorrow”; la evocadora “Waltz #1”; la arrebatadora explosión de encanto en la irresistible melodía de “Bled White”; la delicada perfección pop de “Bottle Up And Explode!”; o la jovial lucidez de “Baby Britain”.



Muchos sentimientos reunidos en los tres cuartos de hora que ahora figuran (y ya llevan bastantes semanas) como disco-rey de unas últimas adquisiciones que cuento por decepciones y mediocridades. Por ello -y por muchas otras cosas- me doy cuenta, Elliott Smith, de que en estos momentos no te cambio por nadie. x Fernando SoYoung

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