5/9/21
No existe una razón. El cerebro de todos esos hombres y mujeres y niños se
sostiene con nada, como el hilillo de carne que se aferra a un diente de leche, por
utilizar un símil. Todo el mundo está a un paso de perder la razón; nadie es inmune. A
veces le toca a uno, y eso es todo. Se enciende el interruptor de la enfermedad
mental, y algunas veces uno no puede hallar un motivo concreto.
Quizás lo anormal sea la cordura, después de todo. ¿No crees? Es un mundo
regido por la aleatoriedad, rodeado de vacío. Crueldad y violencia. Donde nada
significa nada y los inocentes son aplastados. En un mundo así solo puedes
beber o enloquecer. Yo hice lo primero y luego, cuando eso ya no bastaba, lo
segundo.
Los locos son los que se niegan a aceptar la realidad. Sucede lo mismo que
con el miedo a volar. Lo lógico es tenerlo. Lo extraño es fingir que deslizarte por el
cielo sentado en un tubo de acero de varios cientos de toneladas es perfectamente
seguro; que todo está bien y no hay peligro.
«Un optimista ve una oportunidad en toda
calamidad, un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad». (Churchill)
La mesa se queda en silencio. Incluso Richard está perplejo por la ausencia de
hostilidad física; no está acostumbrado a este modelo de agresividad pasiva. En mi
familia somos más de grito y trauma, puñetazo en la mesa y zapatillazo en la nuca,
pan que vuela, portazo, portazo, opereta y chillido, hostia y collons, lágrimas en la
cocina, pero hace poco han cambiado las reglas, mi padre ha cambiado las reglas sin
poner sobre aviso a los demás, y Richard no se ha enterado aún.
Yo nunca había visto llorar a mi padre. Hace solo medio minuto yo creía, de
hecho, que los padres no lloraban; que lo tenían prohibido, o algo así.
Todo se deshace. Ver a tu padre llorar es como ver la pared maestra de tu casa
convirtiéndose en plastilina. Ya no hay fuerza de sostén. El eje está fuera de sitio, y
todos los elementos salen volando a su aire, desperdigados, como cuando golpea el
huracán.
La aristocracia
no era tan mala idea. Por supuesto, estructuraron el mundo en base a principios
erróneos: linaje, genealogía, fortuna… Conceptos que inevitablemente conducen a la
endogamia, la corrupción y la supremacía de los idiotas.
Lo malo de las buenas épocas es que siempre preceden a una mala.
Es el inmutable ciclo de la existencia.
El odio al Real Madrid se hereda, en mi tierra,
de padres a hijos; no tiene mucho que ver con el deporte.
¿Sabes cuando eras niño y veías a alguien
totalmente chalado por la calle, o viviendo en portales, y te preguntabas qué le había
pasado para estar así? Bueno, pues yo lo sé. La gente se cree inmune, pero a veces te
rompes. Algo se parte ahí dentro, los fusibles se funden. Se te queda todo suelto ahí
dentro, ya no hay forma de repararlo, como cuando abres un transistor y empiezas a
toquetear los chips sin tener ni puta idea. Al final lo tiras.
No podía
dejar de pensar en el momento de la resolución práctica: veía a Angus realizando,
paso a paso, metódicamente, todas las acciones que conducirían a su ahorcamiento:
preparar el cinturón, envolverse el cuello con él, encaramarse en un punto desde
donde fuese fácil dejarse caer. ¿Y luego qué hizo? ¿Contar hasta tres? ¿Decir unas
últimas palabras? ¿Pensar en sus hijos por última vez? Eran aquellos instantes los que
le conmovían; la parte espantosamente práctica, casi burocrática, del suicidio. El
hecho de que se hubiese quitado las gafas antes de saltar; las hallaron en su bolsillo,
como si se las hubiese quitado para ir a la cama. Esa terrible normalidad sí consiguió
que Curro sintiese escalofríos.
Se acuerda bien de la sensación de estar cayendo de
aquellos días. A veces tiene sueños en que sucede un apocalipsis y los edificios se
desploman, y la sensación de ingravidez vertiginosa que le queda en el pecho al
despertar es la misma que tenía en aquellos días, cuando su madre murió. No tener un
lugar donde agarrarte. Cosas pesadas y buques de guerra que vuelan sin control. El
fin de toda sujeción. El viento se lo lleva todo, y todo está hecho pedazos.
La foto
de cuando se querían tanto, de la época en que nada se había torcido. Un pasado ideal
conservado en formol que no sirve para nada, solo para recordarte que ya no está.
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