"Crónicas balcánicas" (Axel Torres) Subrayadas (178)

12/8/24

Nos despedimos como tantas otras veces me he despedido de gente hacia la que he desarrollado un aprecio profundo tras conocerla lejos de casa y pese a haber compartido solamente unas pocas horas. Son despedidas que, cuando eres joven, estás convencido de que no serán definitivas, que la vida os volverá a brindar la oportunidad de sentaros juntos alrededor de una mesa y de un Jameson en una taberna dublinesa, o de unas cervezas en Derry, o de un no-me-acuerdo-muy-bien-qué en la noche de Belgrado. Pero superados los treinta, cuando nunca más he vuelto a ver al amigo irlandés de mi prima, ni al mochilero bávaro del museo del Bloody Sunday, ni al escritor de 'Serbian Psycho', la sospecha de que esa es la última vez que contemplas un rostro —y, peor aún, la sospecha de que a los pocos meses vas a olvidar las facciones de ese rostro, y será tu imprecisa memoria la que le dibujará unos trazos aproximados pero no exactos—, convierte la despedida en un acto más cercano a la asunción de la pérdida, a la conciencia de dejar atrás un lugar al que nunca vas a regresar.

¿Volveremos, entonces? Quizás no. Todas las despedidas tienen un punto de incertidumbre, pero aquellas en las que el reencuentro es improbable están repletas de frustración: no hay manera de exteriorizar el significado que tiene aquel apretón de manos que podría ser el último.

Tengo recuerdos de algún bar de estos de hace dieciséis años: recuerdos difusos que se pierden por el paso del tiempo y el alcohol de entonces, pero que sin duda debieron originarse aquí. Belgrado era la capital de la vida nocturna en los Balcanes y debe seguir siéndolo, pero yo ya no soy esa persona.

Está cambiado. Claro, es un señor de cuarenta años. A mí me debe pasar lo mismo. En mi mente, su rostro seguía siendo el de 2007: el de un chaval que vestía con una estética juvenil, con el pelo muy corto y una indumentaria de camuflaje que pretendía ser rompedora. Le han salido canas y ya no parece tener nada de rebelde.

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