"Fractal" (Andrés Trapiello). 1.ª parte Subrayadas (179)

27/8/24

"Fractal" (Andrés Trapiello) 1.ª parte. Libro 1 (1987-1993)

¿Cuántas páginas ya de este diario?
Todo empezó cuando un día
me miré en un espejo y no vi a nadie.

A un misántropo la humanidad le importa poco.

Es casi seguro que de cada uno de nosotros hay dos. Uno que marcha arrastradamente y otro que fuma habanos. Uno con tendencia a la clorosis. El otro, parroquiano de lo etílico y las congestiones. A mí me gustaría encontrarme con el que se está fumando mis cigarros, bebiéndose mi cupo de vino en esta vida y metido en orgías hasta el cuello.

Solo el que espera la aurora sabe lo que esta tarda en llegar.

Como el amor, el dolor responde a los mismos impulsos y pide de nosotros una sumisión de siervos.

Cuando uno asegura que es escritor, sorprende en la mirada de todos la incredulidad, la sorna y la lástima que les damos por no ser alguno de los tres únicos escritores que conocen por la televisión.

Decimos sinsabores, y son bien amargos.

Me puse a mirar la escena de cerca y advertí que antes de que partiera el coche patrulla con Miguel el loco dentro, Cirilo y él se han cruzado una de esas miradas insostenibles en las que hay rencor, desprecio, cansancio, fastidio, irritación, pero también una pena infinita, que es cuando al amor ya no se le puede llamar amor.

Uno, por la experiencia, sabe que es más fácil recorrer el camino de las decepciones que hacer de vuelta el de las ilusiones perdidas.

Todo el mundo se inventa historias. ¿Pero cuando suceden? Cuando suceden, no puede creerlas nadie.

¿Sirve de algo contar las cosas que no han sucedido? ¿Sirve de algo que sucedan las cosas que no pueden contarse?

La vanidad es, como decía el clásico, la única sed que aumenta cuando se sacia.

Cuántas cosas, cuántos recuerdos nos restituye un muerto.

La manera de salir de la niebla es entrar en un túnel.

«La queja siempre trae descrédito», decía Gracián en el Oráculo manual. Pero no aprende uno nunca.

Calumnia, y algo queda; adula, y alguien pica.

Gaya le oyó decir a Valle, en una discusión con otro ateneísta: «Eso que me va usted a decir es mentira».

Muchos viajeros, cuando regresan a una ciudad en la que ya han estado, repiten el mismo itinerario de la primera vez, porque en la fijación de un tránsito hay el reconocimiento de una eternidad imposible. Piensa uno que yendo a visitar las mismas cosas, podrá volver a aquel tiempo en que realizó esas visitas cuando era más joven.

Tiende uno a olvidar que un diario nunca ha sido un reflejo exacto de la vida, sino una elaboración literaria (o sea, moral) de ella, donde lo eludido es tan o más significativo que lo reflejado.

La carrera de escritor no es, como se cree, una carrera de obstáculos, sino de galgos, con una liebre mecánica a la que nunca se da alcance.

Si Cristo además de contar parábolas hubiera contado chistes habría tenido muchos más adeptos.

0 comentarios: