Juan Leyva Subrayadas (182)

4/11/24

RESISTENCIA

Estoy en una residencia de ancianos.

Tengo ciento veinte años y quiero dejar esto de la vida. Hace mucho tiempo que no entiendo el mundo.

Me sientan frente a un ventanal que da a una carretera donde hay un polígono, aparcado como un carro de supermercado.
Huelo mi descomposición hace años.

Me pasan un pañuelo con colonia Nenuco, (es más barata) para disfrazar mi olor, me escuece pero no me salen las lágrimas, nada me produce llanto.

Hace años que no siento el viento.

Algún domingo vienen a verme con prisa y sonrisa de acabar de discutir.
Me tocan como a un animal muerto. A veces se ponen guantes de látex. Me quieren, pero la carne se ha ido hacia dentro, como yo.
Darme un beso es un acto humanitario.

Mis ojos no ven, mi oído no oye,
todo lo demás se ha caído a pedazos, nada me responde.
Estoy esperando a Howard Carter.

Toda la comida es líquida o de color pálido.

En una reserva india danzarían a mi alrededor y me cubrirían de pieles.
En un poblado africano mirarían mis ojos para pedir autorización.
Aquí todos nos miramos preguntándonos quién será el próximo, y simulamos jugar al parchís. Alguien te come y avanza diez casillas.

Cada vez que me dicen que me ven bien escupiría,
si no fuera porque me cae encima algo que ya no es saliva.

Me voy secando por dentro; primero fue el sexo, después la memoria, por fin la lengua.

Quieren darme un premio, conmemorar mi edad. Las fiestas de viejos empiezan en tragedia. Alguno ya no asiste a la siguiente.

Va a venir el alcalde, o un concejal o un verdugo, no sé, a darme una medalla barata. No sabrán qué parte tocarme para no deshacerme, soy publicidad institucional.

No puedo leer, ni escuchar música. Todo lo demás no existe.

Me trasladan a la cama como si fuera nitroglicerina.

No sé cuándo estoy despierto y cuándo duermo.

Mis pulmones son un carburador del que sale un pitido que queda suspendido.

Todo lo que veo es un techo blanco, donde proyecto cine mudo.

He pedido que no me apaguen la luz, me prometen que no lo harán, pero no me hacen caso.

Quiero irme.
Soy duro, soy viejo
es todo lo que sé de mí.


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ESE VIEJO

Ese viejo que ves en el sillón, es mi padre.
Duerme sin tener sueño, le sobra la mitad del día.
Su religión son las horas de la comida, le reza a una caja con pastillas.
Mira la tele como si la viera por primera vez.
Quiere que le cuente cosas que no duren más de cinco minutos,
responde siempre lo mismo, como un médico de cabecera.
Antes de salir por la puerta se da la vuelta un par de veces, palpándose los bolsillos, se registra como si quisiera encontrarse.
Le preocupa el tiempo que hará mañana, desayuna de pie, dos galletas de fibra, se limpia las manchas humedeciendo un pañuelo con saliva.

Ese viejo que ves ahí, es mi padre
tan parecido a otros, incluso para mí.
Cuatro veces por semana recorre a los especialistas, rellena boletos de lotería, trafica con partidos de fútbol.
Cada vez que le veo me rebelo contra la oxidación, contra las proteínas.

Ese viejo que ves ahí, sin venir a cuento
le da un beso a mi madre en la cocina
y a mí me guiña un ojo
como si la acabara de conquistar.


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FAMILIA 3.0

Hay tres ordenadores
uno por cada miembro de la familia
nos hemos independizado
compartimos la conectividad
y una tostadora.

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TRES AMIGOS

Tres amigos se reúnen una tarde en una terraza.
Toman cerveza y hablan y se escuchan.

Tras las primeras bromas llega lo que no se suele contar, lo que necesita otra atención.
La confianza va despegando el sobre de la sinceridad
y cada uno lee su parte de biografía.

No todo va bien, no siempre se puede hablar, no conviene contarlo todo si no es para que la jarra se pose en el espíritu bueno que sólo quiere manifestar su presencia.

Alrededor hay gente, la misma gente que podría estar en Barcelona, en Milán o Goteborg, (algo peor vestida, algo menos de renta per cápita).
Cada edad tiene sus aspiraciones, sus alegrías y sus dramas.

Y tres amigos se reúnen durante dos horas,
dejan aparte sus tareas
y buscan en los bolsillos algo del botín que imaginaron cobrar
en el último asalto del que pudieron escapar.

PRIMER DOMINGO DE MAYO

Madre, este ramo de palabras sin precio son para ti.
Todos los días son el día de la madre porque todos los días soy hijo.

Yo te celebro entre semana porque los domingos me ocupo de mis vacíos, de mi colección de ausencias y de mi resaca.
Me has dado la mejor vida que has podido.
Me has dado un título a la obra inacabada que soy, escrita a medias
por todas las manos del tiempo.

Pienso en ti cada vez que veo arrastrarse a una mujer de tu edad, cada vez que veo cómo cogen resuello las ancianas recolectoras de alimentos.
Pienso en ti y en tu modo de adaptarte a las sillas, a la cama, al clima cambiante de estaciones con vías muertas.
Te has dejado los ojos cosiendo y mirando ofertas del supermercado.

Te has dejado las yemas de los dedos acariciando mi fotografía en tu mesita de noche.
Me trajiste al mundo como un lingote de esperanza,
nunca dudaste de mi valor a pesar de mi escaso brillo, de mi baja cotización en el mercado.

Tu hilo cose los agujeros
mantiene unido lo que parece deshacerse.
Todas tus agujas son puntos de sutura
que cierran temores.

Muchos se fueron
me has esperado siempre,
sólo quedo yo
y casi no soy nadie.

Te han dolido mis fracasos pero los has callado,
cuando te han preguntado por mí has sabido desviar la conversación
no has podido ponerme de ejemplo, pero me has defendido como al último inocente ante el juicio final de todas las épocas.

He tenido miedo, todavía lo tengo.
He amado, me han abandonado, pero tú no,
has mantenido abierta la capilla
donde se acude sin recordar el motivo
sin que te vea nadie.

Todo va rápido y lento
ya estoy hecho de imágenes y memoria.

Me gotea la vida, nadie huele el rastro,
soy ciego al odio, sordo al lamento.

Nada que explicarte, ya me conoces.

Mi primera desnudez, mi relato nocturno
la primera mujer que besó las lunas
donde todavía no llegó la huella del hombre,
el lugar al que se regresa tras las minúsculas batallas
tras las inevitables pérdidas.

La arena de los primeros veranos,
el sol frío de los últimos inviernos;
es ahora cuando te comprendo.

Has defendido todos mis hundimientos.
los lejanos paisajes perforando montañas,
la llegada nocturna dando tumbos por el pasillo
consejos en medio de un juicio de sombras.

Te hice callar ante mis fantasmas
bajé la vista ante tu luz
soplé todas las velas en tu nombre
aceptando las equivocaciones
aquellas tormentas donde no estoy seguro de haber salido.

Nos acostumbran a ocultar lo que sentimos; primero se ríen,
después nos creen débiles, prescindibles, inocentes,
gracias a nosotros el mundo es habitable.

Lágrimas sobre tallos sin flores
los hijos derrotados amamos como nadie.

Voy a decirte te quiero antes de que te marches
he dejado guardada esa palabra dentro, está endurecida
pero brilla como una bala de plata, como un filo alzado.

Un día de estos te la voy a decir.

A lo mejor ya no me oirás bien,
pero te la diré y todas mis edades la oirán.

La última gran despedida
será la de mi mano
lágrimas azules temblando sobre mis dedos.
Madre, este ramo de palabras sin precio son para ti.
Todos los días son el día de la madre porque todos los días soy hijo.

Yo te celebro entre semana porque los domingos me ocupo de mis vacíos, de mi colección de ausencias y de mi resaca.
Me has dado la mejor vida que has podido.
Me has dado un título a la obra inacabada que soy, escrita a medias
por todas las manos del tiempo.

Pienso en ti cada vez que veo arrastrarse a una mujer de tu edad, cada vez que veo cómo cogen resuello las ancianas recolectoras de alimentos.
Pienso en ti y en tu modo de adaptarte a las sillas, a la cama, al clima cambiante de estaciones con vías muertas.
Te has dejado los ojos cosiendo y mirando ofertas del supermercado.

Te has dejado las yemas de los dedos acariciando mi fotografía en tu mesita de noche.
Me trajiste al mundo como un lingote de esperanza,
nunca dudaste de mi valor a pesar de mi escaso brillo, de mi baja cotización en el mercado.

Tu hilo cose los agujeros
mantiene unido lo que parece deshacerse.
Todas tus agujas son puntos de sutura
que cierran temores.

Muchos se fueron
me has esperado siempre,
sólo quedo yo
y casi no soy nadie.

Te han dolido mis fracasos pero los has callado,
cuando te han preguntado por mí has sabido desviar la conversación
no has podido ponerme de ejemplo, pero me has defendido como al último inocente ante el juicio final de todas las épocas.

He tenido miedo, todavía lo tengo.
He amado, me han abandonado, pero tú no,
has mantenido abierta la capilla
donde se acude sin recordar el motivo
sin que te vea nadie.

Todo va rápido y lento
ya estoy hecho de imágenes y memoria.

Me gotea la vida, nadie huele el rastro,
soy ciego al odio, sordo al lamento.

Nada que explicarte, ya me conoces.

Mi primera desnudez, mi relato nocturno
la primera mujer que besó las lunas
donde todavía no llegó la huella del hombre,
el lugar al que se regresa tras las minúsculas batallas
tras las inevitables pérdidas.

La arena de los primeros veranos,
el sol frío de los últimos inviernos;
es ahora cuando te comprendo.

Has defendido todos mis hundimientos.
los lejanos paisajes perforando montañas,
la llegada nocturna dando tumbos por el pasillo
consejos en medio de un juicio de sombras.

Te hice callar ante mis fantasmas
bajé la vista ante tu luz
soplé todas las velas en tu nombre
aceptando las equivocaciones
aquellas tormentas donde no estoy seguro de haber salido.

Nos acostumbran a ocultar lo que sentimos; primero se ríen,
después nos creen débiles, prescindibles, inocentes,
gracias a nosotros el mundo es habitable.

Lágrimas sobre tallos sin flores
los hijos derrotados amamos como nadie.

Voy a decirte te quiero antes de que te marches
he dejado guardada esa palabra dentro, está endurecida
pero brilla como una bala de plata, como un filo alzado.

Un día de estos te la voy a decir.

A lo mejor ya no me oirás bien,
pero te la diré y todas mis edades la oirán.

La última gran despedida
será la de mi mano
lágrimas azules temblando sobre mis dedos.

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