"Ha pasado un minuto y queda una vida" (Gabriela Consuegra) Subrayadas (165)

12/2/24

Vivimos temiendo a la muerte cuando en realidad le tememos a la despedida. Al vacío y las preguntas que genera, a los cabos sueltos.

Observo la belleza de lo que no podemos conservar. Como los primeros besos o los besos de despedida. Como enamorarse y echarlo a perder, como comenzar de nuevo las veces que haga falta. Como leer un libro, viajar a un país nuevo y regresar. Como la cerveza fría o el café de la mañana. Como la superluna o la luna roja, como todas las lunas y tantas canciones. Como el vuelo bajo de una gaviota. Como volver a reírse, como llorar en las noches. Como las voces y los perfumes.

«La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda».

Es posible que la inteligencia sea el mayor despropósito al que puede enfrentarse una persona, la piedra de Sísifo que siempre llevó mi padre sobre los hombros. Pero para Alvarito la tristeza nunca fue un impedimento para ser feliz porque él sabía cómo convertir cada día en una victoria, cómo hacer magia con las manos vacías.

La memoria tiene una particularidad: lo amenaza todo porque lo es todo. Primero las palabras, luego los nombres, después los rostros. El olvido es un huracán. El olvido es la devastación del ser, pero sobre todo del «soy».

Es difícil ver el dolor de otros cuando estamos nublados por el propio. Quizás porque, como el amor, el dolor también es un lenguaje único que cada quien experimenta de una forma diferente. Es difícil coincidir y, para entender, casi siempre se necesita tiempo.

Es sorprendente cómo tratamos de acostumbrarnos a vivir rotos y cómo lo conseguimos. 

Ver los restos de una persona que hemos amado es una cicatriz en la memoria.

A los familiares más cercanos de pacientes con enfermedades terminales nos advierten mucho sobre este momento. Los últimos minutos: cuando la vida brota por todos los poros, en un esfuerzo sobrenatural por habitarlos antes de abandonar el cuerpo, definitivamente, en un último suspiro.

El dolor, hija, es un mar por el que, inevitablemente, todos los hombres debemos transitar. Sin embargo, no debemos permanecer ahí mucho tiempo. Si nos dejamos arrullar por el oleaje del mar, un día nos despertaremos en mitad de un océano profundo en el que muchas vidas se han perdido, en el que muchas vidas han ido a naufragar. No te pierdas en la tristeza, encuentra el faro, hija, encuentra el faro.

Recuerdo a Lomelí: «“¿Olvida usted algo?” “¡Ojalá!”».

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