"Diarios. A ratos perdidos 3 y 4" (Rafael Chirbes). 1.ª parte Subrayadas (172)

2/5/24

Recuerdo eso que dice La Celestina de que no hay nadie tan viejo que no pueda vivir un día más, ni tan joven que no pueda morir mañana.

Nosotros los europeos hemos generado la mayor movilización del odio y del crimen jamás habida. Hemos sabido matar mejor que nadie, más rápido que nadie y más barato que nadie. Nuestra buena fe puede existir. Pero los muertos no la corroboran.

¿Y si viniera la muerte y no se acabara el sufrimiento?

Hay juguetes que los niños no llegan a estrenar, los rompen antes de iniciar el juego, haciendo pruebas, aprendiendo a montarlos: algo así la vida. Te acercas a los sesenta y te das cuenta de que sigues aprendiendo la mecánica del artefacto, de que aún estás en la fase que precede al juego, leyéndote el libro de instrucciones, pero resulta que el árbitro se ha mirado el reloj porque está a punto de silbar el fin del partido.

Leo cientos de páginas cada día hasta que se me nubla la vista y, enseguida, me olvido de lo que he leído. Eso es cuanto hago, cuanto tengo que hacer: y pensar egoístamente en mí, en mi propio sufrimiento, mi autocrático sufrimiento, la forma suprema del egoísmo.

Atreverte a escribir tu propia historia desde la mirada poliédrica del insecto capturado en la tela de araña de la que no consigue librarse. Contar la desgana de la araña, que se desinteresa de su captura y deja secarse el insecto prendido de las irisaciones que el sol a contraluz vuelve hermosas.

En todos mis libros, hay una contradictoria desconfianza de la cultura: sin cultura eres un imbécil, con cultura estás a punto de convertirte en un hijo de puta.

En "Georgia", la película de Arthur Penn, esta frase que muy bien puede decirle Rubén a Matías: «Quieres esconderte de la vida, pero la vida te encuentra y te aplasta». 

Es el resumen de la vida que me queda, siete u ocho cuadernos, y un mundo que se me escapa, por más libros y periódicos que me empeñe en leer; y una memoria y una voluntad en retirada.

En este torbellino que noto alrededor, en vez de tener más claridad para opinar sobre esto o aquello, permanezco cada vez más expectante, atónito, mareado por el ruido de los hechos, aturdido, embobado. Sensación de ciclo cumplido: sé que hay nonagenarios lúcidos, que siguen trabajando hasta el final, que se comprometen con esto y aquello, gente que sale en manifestación a los ochenta y tantos años, a los noventa, pero cada uno tiene su cuerpo y su alma, y a cada cual hay que pedirle lo que pueda dar.

Volviendo al paso del tiempo, y a cómo nos cambia la mirada, no conviene olvidar que no es solo la mirada la que cambia. Cambia el mundo que nos rodeaba cuando la mirada aprendía a mirar.

Gil de Biedma decía que solo tenía ideas como reacción a las de otro. A mí me ocurre igual: en cuanto me quedo solo descubro que estoy hueco. Dentro no hay nada.

Barcelona entera, un parque temático. En cuanto uno de esos turistas saca la cámara para fotografiar algo, empieza a agitarse la marea humana a sus espaldas. Busca en bolsos y faltriqueras cámaras y teléfonos móviles. El contagio. Los fotógrafos se multiplican, todo el mundo quiere recoger la imagen de lo que al primero se le ocurrió retratar: en este caso un edificio sin gracia alguna, aunque no importaría que fuese directamente espantoso. Los unos copian a los otros, pensando que seguramente ellos no tienen la suficiente sensibilidad como para descubrirle la belleza, el encanto, o el mérito artístico a ese edificio que las cámaras solicitan. Barcelona, una vieja puta que vende hasta el último centímetro de su cuerpo.

La memoria, un gran fraude en reconstrucción permanente.

Se ha quedado dentro eso que Canetti llama el aguijón: envenena mi manera de enfrentarme a las cosas en este momento. Me vienen a la cabeza las imágenes del muchacho apasionado por todo, y, muy especialmente, por el bien común. Eres el solar que ha quedado después de que la piqueta haya demolido esas cosas. A lo mejor, soy yo mismo quien convoca, sin quererlo, la desgracia. ¿Genética o biografía?

Amor y esclavitud. Te deseo porque no te dejas capturar para que yo te haga trizas.

El ser humano más inocente y limpio, escrutado de cerca, podría ser condenado a muerte diez veces a lo largo de su vida, porque la vida es más poderosa y ambigua que cualquier ley.

De fulano o de mengano decimos que han muerto en un accidente, o de forma imprevista, cuando el accidente que debería sorprendernos es estar vivos hoy también. Es la vida lo que es un accidente fugaz en el imponente devenir del planeta, del universo y todos esos conceptos grandiosos, pero también en lo más cercano, en nuestro diminuto círculo, nuestra vida, la de los que nos rodean. Lo raro es vivir, tituló la Gaite una de sus novelas.

Tengo no poco de esa personalidad que definimos como español bocazas, cuya sede parlamentaria es la barra de un bar, a ser posible de noche, y más bien tarde, pongamos que cuando ya es más madrugada que noche.

Me considero —por elección propia— heredero de una tradición de descreídos, porque solo siendo descreído se puede ser libre.

Poco puede el arte frente a un subsecretario del gobierno.

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