"Gozo" (Azahara Alonso) Subrayadas (176)

19/7/24

Lo extraño es un lugar en el que el silencio no es buena señal.

Pasear es una manera contradictoria e impecable de no hacer nada.

Lo subrayé con fervor en un libro y lo recuerdo así: «El carácter propio del trabajo es no hacer lo que se quiere cuando se desea, sino ejecutar una actividad en un momento determinado por obligación, por un fin, por dinero. Entre el esclavo y quien trabaja no hay apenas diferencia sino de cantidad. Se trata únicamente del mayor o menor tiempo que uno, en relación con el otro, puede utilizar a su antojo y con el que puede contar libremente hasta desperdiciar sus horas, si así lo quiere».

Un año sabático es lo contrario de un año entre rejas, lo opuesto a una condena. De este modo, la reinserción es esencialmente una pérdida de libertad.

«Es preciso que [el proletariado] retorne a sus instintos naturales; que proclame los “Derechos de la pereza”, un millón de veces más nobles y sagrados que los tísicos “Derechos del hombre”, elaborados minuciosamente por los abogados metafísicos de la revolución burguesa; que se obligue a no trabajar más de tres horas al día, y a holgazanear y gozar el resto del día y de la noche». Lo escribió Paul Lafargue en su 'Derecho a la pereza', un libro que decora las estanterías de las casas de varios amigos (cómo parecer marxista sin serlo por completo) pero que no se lleva a la práctica ni en su mínima expresión.

La familia había ido para vernos a nosotros, pero era inevitable que quisieran ver también lo que ofrecía un sitio tan reducido y ligeramente exótico. Querían conocerlo todo; es decir, querían fotografiarlo.

«Tiene uno prisa, la tiene siempre, metida en el organismo, donde se ha ido incubando como una enfermedad. […] Tanto es así que al tiempo de pensar se le suele llamar perder el tiempo, porque el ser humano se ha hecho esclavo de la prisa y siente como inerte y sin consistencia todo lo que no lleva su marca angustiosa», escribió Carmen Martín Gaite. Lo hizo en 'Recetas contra la prisa', un texto de 1960 que es una radiografía nítida de nuestra vida contemporánea.

Todavía no podía evitar ser como el personaje de ese texto, el que corre hacia el autobús y al perderlo siente el tiempo vacío, inútil. Un tiempo de espera que despreciamos en el imperio de la prisa.

Hay decenas, centenares o miles de personas que quieren hacer lo mismo al mismo tiempo. Nace entonces una de las paradojas del turismo contemporáneo: el anhelo compartido y ya imposible de ir a un lugar desierto.

Algunos buscan el sentido de la vida en el trabajo y lo encuentran. Creo que es porque hay un acuerdo tácito: casi todo el mundo piensa que una de las cosas más importantes es sentirse útil, por eso la humanidad se reproduce, por eso las personas se obligan a ejercer profesiones que les llenen y aporten algo a la sociedad, por eso caen por estrés en una depresión nerviosa y encuentran la salida volcándose en la causa que allí les llevó. Es nuestra enfermedad, pero como la tenemos todos, apenas reparamos en ella.

Pareceré materialista, pero hay que reconocer que los objetos importan: ganan espacio al aire y también a la memoria. La fabrican. Por eso no está de más defender una ruptura del tópico de la virtud minimalista: si atesoramos pequeños trastos es porque en ellos brilla el recuerdo.

Chantal Maillard: «Guardarse algo como recuerdo: signo o conjuro que prolonga el instante en su representación, a sabiendas de que nada permanece y que es de sabios saborear lo que acontece sin lamentarse por lo que va pasando y queda atrás».

Desde pequeña he querido ser cosas de lo más dispares: empleada de un restaurante de comida rápida, meteoróloga, tenista, militar, psicóloga, oficinista o librera. Cuando pude elegir, decidí que lo mejor era estudiar para no ser nada concreto. Y tener un trabajo lo menos serio posible.

El ciudadano del mundo viaja para ver lo que hay que ver y tacharlo en su lista de destinos y tareas.

Las vacaciones hace tiempo que no son lo que eran. Largos veranos en los que dilatábamos tiempo y espacios conocidos, en los que aún era posible (pagable) ser veraneante y ejercer el ocio de los niños hasta hurgar en la tierra de pura curiosidad o aburrimiento. Pero ahora tememos aburrirnos, entramos en pánico ante la idea de no aprovechar el tiempo libre y así lo convertimos en todo menos en eso.

Para muchas personas habitar una isla es motivo de claustrofobia. Para otras, en cambio, puede ser la salvación a un naufragio.

No, escribir no es un trabajo. Un trabajo es aquello que hacemos por dinero, que tiene horarios y límites, y que si a la larga disfrutamos es por pura casualidad.

«En algún idioma debe de haber una palabra para el deseo de estar en otra parte», me dice J. mientras paseamos. Y yo pienso que si la hubiera, no estoy segura de saber reconocerla. Mi deber, en todo caso, es descubrirla.

Es tan grande el mundo y yo cojo el mismo tren todos los días.

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